Se ve que hemos nacido para oírnos y vernos,
para medirnos (cuánto saltamos, cuánto ganamos,
ganamos, etcétera),
para ignorarnos (sonriendo), para mentirnos,
para el acuerdo, para la indiferencia o para
comer juntos.
Pero que no nos muestre nadie la tierra,
adquirimos
olvido, olvido hacia los sueños de aire,
y nos quedó sólo un regusto de sangre y polvo
en la lengua: nos tragamos el recuerdo
entre vino y cerveza, lejos, lejos de aquello,
lejos de aquello, de la madre, de la tierra
de la vida.
(De: La rosa separada,
uno de los ocho poemarios inéditos que Neruda dejó al morir.)
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