Primero un epígrafe rotundo, convincente.
Después ese pronombre en la dedicatoria.
abajo, un verso limpio, exacto, trabajado,
bien pulido, aunque el pobre no sea inolvidable.
Otro verso más claro, la sencilla metáfora
del verso que le sigue, tal vez algún recurso
que mantenga la idea y luego un tropo, alguno
que haga chocar las piedras de la alegre semántica
para que saquen chispas que alcancen la hojarasca
y se produzca el fuego. Entonces está listo:
se borra aquel epígrafe, se tacha el nombre de ella,
se suprimen los versos (los exactos, los limpios,
los pulidos, los otros). Se despoja el poema
de metáforas, tropos. Se abandona dejando
la hoja blanca manchada de palabra que digan
ciertas cosas humanas cuando alguno las lea.
De: Decíamos ayer…
Poesía 1980-2000
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