Si yo hubiera sido odiseo - Poemas de Pepe Mas
Si yo hubiera sido odiseo
Poema publicado el 25 de Mayo de 2002
HE cerrado la casa del verano
con un portazo largo y melancólico.
Dentro de la vivienda, someramente amueblada,
se han ido quedando
en un montón informe,
las horas del azul más puro,
la sombra de proyectos que aún respiran
y los muñones del fracaso.
Esta mañana aún me he sumergido,
con la felicidad ingrávida de algún ángel
o la voracidad veloz de una gaviota
no nacida todavía, cuyo único alimento
fuera la hermosura,
en mi Mediterráneo de sonoridad apacible.
Unas veces de espalda, otras de vientre y labios,
moliendo la armonía con las manos y piernas,
resbalaba sobre la ondulación versátil
de unas tetas de espuma
o me hundía en el cuerpo fragante de una mujer inmensa
que replegaba voluntariamente su extensión
para ser poseída
y poseerme.
Esta tarde, al hacer girar la llave en la cerradura
he entregado al dominio del polvo y del olvido
la vida secreta e ignorada de las cosas.
Se dormirá el espejo de hace un siglo,
sobresaltado algún momento
con pesadillas de carcoma.
Las palomas italianas de cerámica
picotearán sin descanso
como Tántalos modernos -y sin duda más humildes-
un racimo de uvas siempre intactas.
En la televisión que sólo verá el sofá
alternarán visiones de países exóticos o imaginarios
con las mejores representaciones teatrales o las películas más
logradas realizadas
con el solo afán de lucro de alcanzar la belleza.
Vivirán en la radio y en los discos
las voces más queridas y los sonidos
de la emoción que nunca desfallece.
Las noches de tempestad el viento golpeará con furia
las ventanas
y el mar será una bestia en celo
pugnando inútilmente por acercarse
y hacer suya la casa.
Las bolas anti-humedad alejarán el moho
de los muebles.
Los vasos y los platos se llenarán de sed y de silencio
a la espera de ser nuevamente usados.
En los armarios se macerarán
con el calor de encierro,
los olores más íntimos y personales
de las ropas que hemos llevado mucho.
Y durante muchos días
flotará como una niebla de color ocre por la casa
el inconfundible aroma tropical del café.
A partir de hoy regresaré otra vez
a la ítaca de la costumbre, porque no soy Odiseo.
De haberlo sido, nunca
hubiera regresado a ella,
pues habría obtenido la inmortalidad
en la crepitante gruta
-florecida de tuyas y cipreses-
de Calipso, la diosa dotada de voz,
o habría sucumbido al canto de las sirenas
que, entre sus pechos de virgen y plumas de ave,
me habrían conducido de la delicia hipnótica
a la desmemoria de un montón de huesos relucientes.
Poema publicado el 25 de Mayo de 2002
HE cerrado la casa del verano
con un portazo largo y melancólico.
Dentro de la vivienda, someramente amueblada,
se han ido quedando
en un montón informe,
las horas del azul más puro,
la sombra de proyectos que aún respiran
y los muñones del fracaso.
Esta mañana aún me he sumergido,
con la felicidad ingrávida de algún ángel
o la voracidad veloz de una gaviota
no nacida todavía, cuyo único alimento
fuera la hermosura,
en mi Mediterráneo de sonoridad apacible.
Unas veces de espalda, otras de vientre y labios,
moliendo la armonía con las manos y piernas,
resbalaba sobre la ondulación versátil
de unas tetas de espuma
o me hundía en el cuerpo fragante de una mujer inmensa
que replegaba voluntariamente su extensión
para ser poseída
y poseerme.
Esta tarde, al hacer girar la llave en la cerradura
he entregado al dominio del polvo y del olvido
la vida secreta e ignorada de las cosas.
Se dormirá el espejo de hace un siglo,
sobresaltado algún momento
con pesadillas de carcoma.
Las palomas italianas de cerámica
picotearán sin descanso
como Tántalos modernos -y sin duda más humildes-
un racimo de uvas siempre intactas.
En la televisión que sólo verá el sofá
alternarán visiones de países exóticos o imaginarios
con las mejores representaciones teatrales o las películas más
logradas realizadas
con el solo afán de lucro de alcanzar la belleza.
Vivirán en la radio y en los discos
las voces más queridas y los sonidos
de la emoción que nunca desfallece.
Las noches de tempestad el viento golpeará con furia
las ventanas
y el mar será una bestia en celo
pugnando inútilmente por acercarse
y hacer suya la casa.
Las bolas anti-humedad alejarán el moho
de los muebles.
Los vasos y los platos se llenarán de sed y de silencio
a la espera de ser nuevamente usados.
En los armarios se macerarán
con el calor de encierro,
los olores más íntimos y personales
de las ropas que hemos llevado mucho.
Y durante muchos días
flotará como una niebla de color ocre por la casa
el inconfundible aroma tropical del café.
A partir de hoy regresaré otra vez
a la ítaca de la costumbre, porque no soy Odiseo.
De haberlo sido, nunca
hubiera regresado a ella,
pues habría obtenido la inmortalidad
en la crepitante gruta
-florecida de tuyas y cipreses-
de Calipso, la diosa dotada de voz,
o habría sucumbido al canto de las sirenas
que, entre sus pechos de virgen y plumas de ave,
me habrían conducido de la delicia hipnótica
a la desmemoria de un montón de huesos relucientes.
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