Visita del viernes - Poemas de Omar García Ramírez
Visita del viernes
Poema publicado el 28 de Abril de 2003
Yo me quedé así recostado dejando que el tinto resbalara garganta abajo,
buscando el estómago frío. Claro, no lo niego,
también eran ganas de radio bemba, del chisme, del correveidile,
de saber adónde se había ido la muchacha de la falda de flores,
la muy espigada y siempre en flor, cosechera de la primavera del valle.
La madre
se quedó mirando la ventana
como sin un barco lejano
alzara el vuelo
sobre nubes de cerúleos óleos espesos.
Un lienzo
embadurnado por un dios goyesco
en la quinta del sordo estelar.
–Sí, cómo saberlo...,
Mando una postal desde Londres...–
–Me dijo al fin–. Era una postal bonita con esas casas antiguas de torres de piedra... ¿Cómo es que se llaman?.
–Castillos- le dijo él,
Mejor dicho le dije yo, ...
y se quedó mirando el humo del cigarro que se iba hacia una tarde,
en donde la lluvia parecía entrar con música de primavera.
–No sé, a lo mejor era un castillo –. Le respondió la mujer,
que siguió con su café sin dejar de mirar por la ventana– Me decía en sus cartas,
que había fantasmas y vajillas de platas que se movían en la noche con sus reflejos de lunas quebradas.
Y luego desde Italia. Ud. debe saber joven que ella era una mujer
que no le gustaba quedarse quieta en un solo sitio, además su belleza se lo impedía,
¿cómo se iba a quedar una mujer tan bella ella,
pelando papas y friendo filetes de cordero para un tendero?...
Así fuese un granjero, ella no estaba para esas cosas.
Ud. sabe cuando se tienen sueños y cosas así,...¿cómo decirle,..cómo decirlo...?
Había una ciudad sobre un río o sobre el mar...
-¿Venecia?
–Sí Venecia...¿Cómo lo sabe?, ¿ella también le escribió?.
–No, nunca... Pero esas cosas están en los libros de geografía,
usted sabe señora. No es que haya leído mucho, pero a veces, la curiosidad, señora...
–Ah, sí, y luego desde un país del que sí recuerdo el nombre,
desde Grecia...Yo de niña siempre soñé con ir a Grecia...No sé ni dónde queda pero me la imagino,
bueno ella...
Lucía pálida y delgada pero parecía feliz, me mandó unas fotos desde una playa rocosa con un mar de azul intenso,...
No, mares por aquí no se ven así de azules, como de película.
(y me pasó una foto en donde ella lucía como una sirena del Egeo,
tal vez más delgada y pálida, pero a mí me parecía una sirena del Egeo,
con sus cabellos largos y negros y sus piernas afiladas y bruñidas sobre una roca blanca.
Y pensar que de niños comíamos tamarindos, mangos, chontaduros...)
–Después desde Egipto.
continuó su madre sin dejar de mirar por la ventana.
–¿Quiere más café joven?
–No señora muchas gracias.
–Estaba con un hombre gordo de mostachos y ella ya estaba muy cambiada; mírela.
(Me pasa una fotografía, está gorda y claro, mucho más morena.)
Pero ahora...–continuó la madre– no sé,... hace dos años y ya no envía nada, ni una carta,
ni una llamada, ni siquiera una postal con las pirámides de Memón.
–De Keops señora.
–Eso, de Keops.
Luego ella (la señora) se quedó callada por varios minutos,
como tejiendo una frase que nunca llegaba a engarzar en las agujas del tiempo.
–¿Y usted?– Me preguntó por fin.
–Ahí en la fabrica usted sabe señora, casi diez años y bueno....
Ahí va uno envejeciendo como un animal de factoría, Doña Isabel.
A estas alturas ya casi ni recuerdo. Es un buen puesto, no me puedo quejar...
–Es mejor – me dijo –, es mucho mejor que olvide joven.–
–Sí señora es mucho mejor... Sí señora –. Le respondí.
Y seguí mirando la fotografía de la sirena sobre la roca del mar Egeo.
Parecía que sus cabellos ondearan por la brisa,...
Al final creo que me sonreía.
Poema publicado el 28 de Abril de 2003
Yo me quedé así recostado dejando que el tinto resbalara garganta abajo,
buscando el estómago frío. Claro, no lo niego,
también eran ganas de radio bemba, del chisme, del correveidile,
de saber adónde se había ido la muchacha de la falda de flores,
la muy espigada y siempre en flor, cosechera de la primavera del valle.
La madre
se quedó mirando la ventana
como sin un barco lejano
alzara el vuelo
sobre nubes de cerúleos óleos espesos.
Un lienzo
embadurnado por un dios goyesco
en la quinta del sordo estelar.
–Sí, cómo saberlo...,
Mando una postal desde Londres...–
–Me dijo al fin–. Era una postal bonita con esas casas antiguas de torres de piedra... ¿Cómo es que se llaman?.
–Castillos- le dijo él,
Mejor dicho le dije yo, ...
y se quedó mirando el humo del cigarro que se iba hacia una tarde,
en donde la lluvia parecía entrar con música de primavera.
–No sé, a lo mejor era un castillo –. Le respondió la mujer,
que siguió con su café sin dejar de mirar por la ventana– Me decía en sus cartas,
que había fantasmas y vajillas de platas que se movían en la noche con sus reflejos de lunas quebradas.
Y luego desde Italia. Ud. debe saber joven que ella era una mujer
que no le gustaba quedarse quieta en un solo sitio, además su belleza se lo impedía,
¿cómo se iba a quedar una mujer tan bella ella,
pelando papas y friendo filetes de cordero para un tendero?...
Así fuese un granjero, ella no estaba para esas cosas.
Ud. sabe cuando se tienen sueños y cosas así,...¿cómo decirle,..cómo decirlo...?
Había una ciudad sobre un río o sobre el mar...
-¿Venecia?
–Sí Venecia...¿Cómo lo sabe?, ¿ella también le escribió?.
–No, nunca... Pero esas cosas están en los libros de geografía,
usted sabe señora. No es que haya leído mucho, pero a veces, la curiosidad, señora...
–Ah, sí, y luego desde un país del que sí recuerdo el nombre,
desde Grecia...Yo de niña siempre soñé con ir a Grecia...No sé ni dónde queda pero me la imagino,
bueno ella...
Lucía pálida y delgada pero parecía feliz, me mandó unas fotos desde una playa rocosa con un mar de azul intenso,...
No, mares por aquí no se ven así de azules, como de película.
(y me pasó una foto en donde ella lucía como una sirena del Egeo,
tal vez más delgada y pálida, pero a mí me parecía una sirena del Egeo,
con sus cabellos largos y negros y sus piernas afiladas y bruñidas sobre una roca blanca.
Y pensar que de niños comíamos tamarindos, mangos, chontaduros...)
–Después desde Egipto.
continuó su madre sin dejar de mirar por la ventana.
–¿Quiere más café joven?
–No señora muchas gracias.
–Estaba con un hombre gordo de mostachos y ella ya estaba muy cambiada; mírela.
(Me pasa una fotografía, está gorda y claro, mucho más morena.)
Pero ahora...–continuó la madre– no sé,... hace dos años y ya no envía nada, ni una carta,
ni una llamada, ni siquiera una postal con las pirámides de Memón.
–De Keops señora.
–Eso, de Keops.
Luego ella (la señora) se quedó callada por varios minutos,
como tejiendo una frase que nunca llegaba a engarzar en las agujas del tiempo.
–¿Y usted?– Me preguntó por fin.
–Ahí en la fabrica usted sabe señora, casi diez años y bueno....
Ahí va uno envejeciendo como un animal de factoría, Doña Isabel.
A estas alturas ya casi ni recuerdo. Es un buen puesto, no me puedo quejar...
–Es mejor – me dijo –, es mucho mejor que olvide joven.–
–Sí señora es mucho mejor... Sí señora –. Le respondí.
Y seguí mirando la fotografía de la sirena sobre la roca del mar Egeo.
Parecía que sus cabellos ondearan por la brisa,...
Al final creo que me sonreía.
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