A la geologÍa - Poemas de Melchor de Palau
A la geologÍa
Poema publicado el 11 de Marzo de 2004
A mi profesor el distinguido ingeniero ROGELIO DE INCHAURRANDIETA ODA Ábreme, Tierra, las profundas hojas que muestran de tu vida los afanes, y, nuevamente, las antorchas rojas enciende de tus hórridos volcanes; que, a su luz, quiero recorrer tu historia, cantar tus hechos, ensalzar tu gloria. ¡Cuántos siglos y siglos han pasado en que sólo la bárbara codicia abrió tu seno, de metal preñado! ¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo, indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo! Bien comprendo la pena que sufriste cuando a los sabios viste rasgar el velo azul del firmamento, astros y soles reducir a cuento, y, desprendidos de tus dulces brazos, de otros planetas estudiar los lazos, y perseguir el vago movimiento. Doliote ver a tus ansiosos hijos en otros mundos los anhelos fijos; pero tú, como madre cariñosa, perdonaste su amante desvarío, y, llorando a tus solas su desvío, hacinabas prudente y afanosa preciosos materiales para el día en que viera la luz la Geología: y aquel día llegó; por fin el sabio bajó hacia el suelo los alzados ojos, reemplazó la piqueta al astrolabio, y removió tus fósiles despojos. Y él, que del primer libro buscara ansioso la edición primera, miró impresas con hondos caracteres las formas primitivas de los seres que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera. Con sorpresas crecientes, a la luz de la Ciencia, en sobrepuestas losas funerarias, descubrió la existencia de ya perdidas razas embrionarias, y de razas que aún están presentes: vio en tus hondas heridas el paso de unas vidas a otras vidas, y te abarcó en conjunto, desde el sublime punto en que Dios te llamó con voz de trueno, y el caos arrojote de su seno. Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado! tus lágrimas copiosas desprendidas el monte abandonaron por el llano. en los cóncavos senos recogidas, rellenaron el férvido Oceano: flotó en la nada tu gigante cuna, la gravedad colgote en el espacio, pabellones de nácar y topacio te dio el Sol en las gasas de sus nieblas, y, rasgando las lóbregas tinieblas, para tus noches encendió la luna. La materia candente se enfrió de las aguas al contacto, como el dolor que siente del llanto amigo silencioso tacto; formada la película primera sintió del fuego el ardoroso brío, y a ondular comenzó, de igual manera que las mieses ondulan en estío; pero vencido y encerrado luego por nuevas capas el hirviente fuego, desahogó su furor lanzando al alto columnas mil de lava y de basalto. Como sencilla virgen ruborosa, al vislumbrar el sol entre celajes, con florecientes y verdosos trajes cubrió su desnudez la tierra hermosa; y, mientras las erráticas estrellas la ley fijaban de sus claras huellas, arrebatando al iris los colores, pintó la Flora sus primeras flores: la Fauna apareció; vida rastrera tuvieron los primeros moradores, que terminó en el cieno; el aire impuro, irrespirable era, y nunca vieron el azul sereno: no bastó de las conchas la defensa de los arrastres a evitar la ofensa; y en pétreas fosas yacen, que ni al golpe del hierro se deshacen; el sabio, al ascender de prole en prole, dic con la de hulla portentosa mole, profeta de la industria de estos días, y, al vislumbrar plausibles armonías entre aquel mineral y nuestra fragua, y estudiar de su enlace la potencia, bendijo a la divina Providencia que, antes de darnos sed, dionos el agua. En oscuras cavernas hacinados animales halló tan asombrosos, que, aunque muertos están y destrozados, ponen miedo en los pechos animosos: aves que al sol lucieron sendas galas, que, en rastreante vuelo, recorrían el suelo, y que de piedra tienen hoy las alas: sepultos en el lodo, los escualos y saurios devorantes, los mamutes gigantes, que de rehacer la Ciencia encuentra modo; razas que un día el orbe dominaron, y, por fortuna, a no volver pasaron: tan sólo allá en las márgenes del Nilo, recuerdo vivo, asoma el cocodrilo. Cual madre cariñosa que, presintiendo de otro ser la vida, apercibe afanosa cuanto al reposo y al placer convida; así, Naturaleza con diligente mano, ya la morada a preparar empieza para el huésped cercano; apaga los volcanes cuya luz le ofendiera; de los raudos inquietos huracanes amengua la carrera; y, en sus antros ignotos, encierra los terribles terremotos[8]. Con valladar de arena, del mar soberbio la pujanza enfrena; cuelga del árbol el añal tributo de su sabroso fruto; con incienso de flores embalsama las brisas regaladas, pajarillos cantores pululan por las verdes enramadas y, templando el ardor del seco estío, llueve sobre las hojas el rocío. En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera. Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno, Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos. De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste. Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien Mas ya todo acabó; con nuevo brío retoñó el árbol áa cercén cortado, volvió a hacer nido el pajarillo alado, volvió a su cauce el abundoso río, y, del sol a la luz y de la luna, volvió el mar a mecerse en su ancha cuna. Geología esplendente, peana de la historia que en ti fija la planta prepotente, y recibe de ti blasón y gloria; tu luz es la tan pura que presidió del mundo el nacimiento, y, en las ondas del viento, dic un ósculo a su virgen hermosura. Tuyo es el sacro fuego que mantienen incógnitas Vestales de la tierra en el centro, sin sosiego. Ciencia nacida ayer, ya eres gigante; para a tu arbitrio manejar la tierra, y remover cuanto su fondo encierra, heredaste los músculos de Atlante. Hasta en Nerón el hombre has convertido; pues, rasgando los senos de su madre, sus entrañas has hecho que taladre para ver el lugar donde ha nacido. Tú miras otras ciencias de estos días como al sol del saber raudas se elevan, mas de improviso caen, porque llevan alas de cera, débiles teorías. Tú buscas en la muerte caminos de verdad, y de esta suerte, con firme planta, subes por escalas de piedra, hasta las nubes. Colección tienes ordenada y rica de fósiles y huellas naturales, (medallas que ninguno falsifica), tus teorías son fijas e inmortales, que en mármoles se basan y en granitos; tus antiguos anales por el dedo de Dios están escritos.
Poema publicado el 11 de Marzo de 2004
A mi profesor el distinguido ingeniero ROGELIO DE INCHAURRANDIETA ODA Ábreme, Tierra, las profundas hojas que muestran de tu vida los afanes, y, nuevamente, las antorchas rojas enciende de tus hórridos volcanes; que, a su luz, quiero recorrer tu historia, cantar tus hechos, ensalzar tu gloria. ¡Cuántos siglos y siglos han pasado en que sólo la bárbara codicia abrió tu seno, de metal preñado! ¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo, indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo! Bien comprendo la pena que sufriste cuando a los sabios viste rasgar el velo azul del firmamento, astros y soles reducir a cuento, y, desprendidos de tus dulces brazos, de otros planetas estudiar los lazos, y perseguir el vago movimiento. Doliote ver a tus ansiosos hijos en otros mundos los anhelos fijos; pero tú, como madre cariñosa, perdonaste su amante desvarío, y, llorando a tus solas su desvío, hacinabas prudente y afanosa preciosos materiales para el día en que viera la luz la Geología: y aquel día llegó; por fin el sabio bajó hacia el suelo los alzados ojos, reemplazó la piqueta al astrolabio, y removió tus fósiles despojos. Y él, que del primer libro buscara ansioso la edición primera, miró impresas con hondos caracteres las formas primitivas de los seres que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera. Con sorpresas crecientes, a la luz de la Ciencia, en sobrepuestas losas funerarias, descubrió la existencia de ya perdidas razas embrionarias, y de razas que aún están presentes: vio en tus hondas heridas el paso de unas vidas a otras vidas, y te abarcó en conjunto, desde el sublime punto en que Dios te llamó con voz de trueno, y el caos arrojote de su seno. Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado! tus lágrimas copiosas desprendidas el monte abandonaron por el llano. en los cóncavos senos recogidas, rellenaron el férvido Oceano: flotó en la nada tu gigante cuna, la gravedad colgote en el espacio, pabellones de nácar y topacio te dio el Sol en las gasas de sus nieblas, y, rasgando las lóbregas tinieblas, para tus noches encendió la luna. La materia candente se enfrió de las aguas al contacto, como el dolor que siente del llanto amigo silencioso tacto; formada la película primera sintió del fuego el ardoroso brío, y a ondular comenzó, de igual manera que las mieses ondulan en estío; pero vencido y encerrado luego por nuevas capas el hirviente fuego, desahogó su furor lanzando al alto columnas mil de lava y de basalto. Como sencilla virgen ruborosa, al vislumbrar el sol entre celajes, con florecientes y verdosos trajes cubrió su desnudez la tierra hermosa; y, mientras las erráticas estrellas la ley fijaban de sus claras huellas, arrebatando al iris los colores, pintó la Flora sus primeras flores: la Fauna apareció; vida rastrera tuvieron los primeros moradores, que terminó en el cieno; el aire impuro, irrespirable era, y nunca vieron el azul sereno: no bastó de las conchas la defensa de los arrastres a evitar la ofensa; y en pétreas fosas yacen, que ni al golpe del hierro se deshacen; el sabio, al ascender de prole en prole, dic con la de hulla portentosa mole, profeta de la industria de estos días, y, al vislumbrar plausibles armonías entre aquel mineral y nuestra fragua, y estudiar de su enlace la potencia, bendijo a la divina Providencia que, antes de darnos sed, dionos el agua. En oscuras cavernas hacinados animales halló tan asombrosos, que, aunque muertos están y destrozados, ponen miedo en los pechos animosos: aves que al sol lucieron sendas galas, que, en rastreante vuelo, recorrían el suelo, y que de piedra tienen hoy las alas: sepultos en el lodo, los escualos y saurios devorantes, los mamutes gigantes, que de rehacer la Ciencia encuentra modo; razas que un día el orbe dominaron, y, por fortuna, a no volver pasaron: tan sólo allá en las márgenes del Nilo, recuerdo vivo, asoma el cocodrilo. Cual madre cariñosa que, presintiendo de otro ser la vida, apercibe afanosa cuanto al reposo y al placer convida; así, Naturaleza con diligente mano, ya la morada a preparar empieza para el huésped cercano; apaga los volcanes cuya luz le ofendiera; de los raudos inquietos huracanes amengua la carrera; y, en sus antros ignotos, encierra los terribles terremotos[8]. Con valladar de arena, del mar soberbio la pujanza enfrena; cuelga del árbol el añal tributo de su sabroso fruto; con incienso de flores embalsama las brisas regaladas, pajarillos cantores pululan por las verdes enramadas y, templando el ardor del seco estío, llueve sobre las hojas el rocío. En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera. Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno, Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos. De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste. Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien Mas ya todo acabó; con nuevo brío retoñó el árbol áa cercén cortado, volvió a hacer nido el pajarillo alado, volvió a su cauce el abundoso río, y, del sol a la luz y de la luna, volvió el mar a mecerse en su ancha cuna. Geología esplendente, peana de la historia que en ti fija la planta prepotente, y recibe de ti blasón y gloria; tu luz es la tan pura que presidió del mundo el nacimiento, y, en las ondas del viento, dic un ósculo a su virgen hermosura. Tuyo es el sacro fuego que mantienen incógnitas Vestales de la tierra en el centro, sin sosiego. Ciencia nacida ayer, ya eres gigante; para a tu arbitrio manejar la tierra, y remover cuanto su fondo encierra, heredaste los músculos de Atlante. Hasta en Nerón el hombre has convertido; pues, rasgando los senos de su madre, sus entrañas has hecho que taladre para ver el lugar donde ha nacido. Tú miras otras ciencias de estos días como al sol del saber raudas se elevan, mas de improviso caen, porque llevan alas de cera, débiles teorías. Tú buscas en la muerte caminos de verdad, y de esta suerte, con firme planta, subes por escalas de piedra, hasta las nubes. Colección tienes ordenada y rica de fósiles y huellas naturales, (medallas que ninguno falsifica), tus teorías son fijas e inmortales, que en mármoles se basan y en granitos; tus antiguos anales por el dedo de Dios están escritos.
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