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El viejo y la mar - Poemas de Antonio R Munguia


 
 
El viejo y la mar
Poema publicado el 01 de Marzo de 2014

En los ayeres del pequeño puerto
fue un niño huérfano, solo y despreciado
por  marineros que a un futuro incierto
en sus naves de muy corto calado
bogaban  mar abierto.

Los cinco años frisaba cuando fuera
un polizón en un mercante antiguo.
Fue entonces que sintió su vida entera
unida al cielo y a su mar contiguo,
viviendo su quimera.

Lo que tanto anheló por fin gozaba
navegando sobre olas turbulentas,
como en las aventuras que  soñaba
reposando en las bancas polvorientas
en donde pernoctaba.

Era en el malecón el rey nocturno,
siempre soñando con zarpar un día
y olvidar su orfandad que taciturno
tanto  dolor amargo le infligía,
al esperar su turno;

el trueque que ofertaba  a capitanes
de los barcos pesqueros daba pena,
aunque la gran conquista a sus afanes
era sólo  su almuerzo o magra cena
al fallarle sus planes.

Aprendió de los viejos marineros
los secretos del mar y sus tesoros.
Amores de lejanos derroteros
de puerto en puerto abandonó entre lloros
como muchos viajeros.

Surcar los mares, su ilusión soñada,
alimentó con terquedad de niño,
porque alguien le insinuó que su escalada
en el mundo sin padres ni cariño,
por el mar fue fraguada.

Su padre, un almirante trasnochado
que nunca reveló su procedencia.
Su madre, una mujer sin más pasado
que el tugurio, el baile y la inconciencia.
Dejaron vil legado.

En  las noches de plácida bonanza
no obstante odiar sus días infantiles,
creciendo en altamar con la añoranza
de recuerdos al fin sólo pueriles,
no alentaba venganza.

Riqueza acumuló, dejó la inopia
al convertirse en el patrón más fuerte.
Pero jamás una familia propia
quiso  formar  para evitar la suerte
de su vida hacer copia.

Envejeció en la mar, la piel curtida
por el sol inclemente y las tormentas
le suavizó a su espíritu la herida,
y el destino arrojó  saldo a sus cuentas:
soledad escogida.

Ni el dinero ganado en ochenta años
vividos en la mar ganando miles,
ni en playas atracando en su cumpleaños
cuando sus ánimos eran juveniles,
obviaron desengaños.

En un triste y frenético retiro,
este viejo del mar enamorado
el llanto con agónico respiro
derrama en un rincón, decepcionado,
exhalando un suspiro.

Es cierto que gozó en los siete mares
y amó mujeres sin unir su vida
ante jueces y menos ante altares.
Aunque evitó su historia repetida,
descartó familiares.

El anciano suspira con tristeza
y no obstante no estar desamparado
gracias a la amplitud de su riqueza,
siente ser un mortal que ha fracasado.
No actuó con la cabeza.

Cuántos  viejos del mar hay que ahora sueñan
con el hogar que nunca construyeron;
y cuántos esta historia la desdeñan
por no aprender lo que otros ya vivieron
y también se despeñan.

Es la vida una escuela inevitable.
Un mar donde el mortal elige en suerte
prepararse y tener vejez amable,
o bien gozar la vida que divierte
con final deplorable…

Las aulas de esta escuela son las olas,
sin maestros, sin cátedras,  sin guías;
inmenso  mar que ofrece astas o aureolas
entre crestas y fondos que son vías
a un fin feliz o a la vejez a solas.


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