MascarÓn de proa - Poemas de SERGIO BADILLA CASTILLO
MascarÓn de proa
Poema publicado el 11 de Marzo de 2004
La efigie liberada de un sueño, con sus pechos manoseados
por el agua
aún flota, con sus colores deslucidos en las olas que surgen
repentinas y salobres.
Ella mantiene, sin embargo, su parsimonia como una navegante
que se ha zafado de una larga servidumbre
y disfruta de un viaje interminable.
Así la marejada la distingue de otros cuerpos a flote
El viento huele a salina, a aromas de azahar,
esencias de naranjo y al penetrante olor de los inciensos o perfumes de Arabia.
Un cuchicheo entre gaviotas parece despertar a la mujer nauta
atemporal e indiferente con su figura de cariátide, de espaldas
Es un día apagado de invierno en el sur del Mediterráneo.
La veo desde la orilla de las islas de Galite frente a la vieja Cártago
y mi vista alcanza sólo hasta donde el malecón se suaviza con el mar,
en la bruma tardía y en la penumbra de las balandras
varadas a contraluz, en la arena
Le grito desde la playa para saber si me escucha, en griego, en noruego o en holandés antiguo
Es una propuesta de amor o una loca alucinación lo que me afana
cuando una bandada de petreles aventura
abordar a un raudal de calamares y de peces.
¿cuántas miles de travesías lleva esta princesa de armadura vegetal?
Ella conserva su sobriedad como una musa rutilante a la deriva
que se deleita de la navegación ya que
se ha desprendido,
hace unos siglos,
de un prolongado cautiverio en una galera romana.
Poema publicado el 11 de Marzo de 2004
La efigie liberada de un sueño, con sus pechos manoseados
por el agua
aún flota, con sus colores deslucidos en las olas que surgen
repentinas y salobres.
Ella mantiene, sin embargo, su parsimonia como una navegante
que se ha zafado de una larga servidumbre
y disfruta de un viaje interminable.
Así la marejada la distingue de otros cuerpos a flote
El viento huele a salina, a aromas de azahar,
esencias de naranjo y al penetrante olor de los inciensos o perfumes de Arabia.
Un cuchicheo entre gaviotas parece despertar a la mujer nauta
atemporal e indiferente con su figura de cariátide, de espaldas
Es un día apagado de invierno en el sur del Mediterráneo.
La veo desde la orilla de las islas de Galite frente a la vieja Cártago
y mi vista alcanza sólo hasta donde el malecón se suaviza con el mar,
en la bruma tardía y en la penumbra de las balandras
varadas a contraluz, en la arena
Le grito desde la playa para saber si me escucha, en griego, en noruego o en holandés antiguo
Es una propuesta de amor o una loca alucinación lo que me afana
cuando una bandada de petreles aventura
abordar a un raudal de calamares y de peces.
¿cuántas miles de travesías lleva esta princesa de armadura vegetal?
Ella conserva su sobriedad como una musa rutilante a la deriva
que se deleita de la navegación ya que
se ha desprendido,
hace unos siglos,
de un prolongado cautiverio en una galera romana.
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