Para mi abuela Paz. Con toda la fuerza y la impotencia de mi amor. Ella, que es o fue una costurera extraordinaria, torpemente nos ha cosido estos días tres deformes bolsas para lápices a mis hermanos y a mí, y en esos mensajes de trapo se condensa todo su amor, la destrucción que la habita, la muerte que ya viene.
21 de diciembre de 1988
1
Asomarse al borbotón de la muerte
desde un cuerpo arrasado
sin las almenas del temblor
sin senderos internos
sin los ríos y avenidas límpidas que salvan
beber sangre
beber enfermedades pragmáticas
beber agua de desesperación
en los ojos amarillos de esa mujer cosida
o dulce cicatriz
ser expelido por el propio aliento
reintegrarme al nido de la angustia
que nunca abandonara.
2
El olor de la orina de mi abuela
que se ha meado en la cama
llena el cuarto
su calor impregna el calor de mis manos.
No me hablen de héroes.
Yo no voy a olvidar el color de esta orina
ni el cristal de vergüenza que velaba sus ojos.
3
El resto de la muerte en la escudilla.
El resto de la entrega en tus muñecas.
Apegarnos al resto. (Es menester salvar
lo que podría salvarnos.)
Un rebañado, irreconocible
resto de comunidad en los rincones
más soleados y lentos de la plaza.
El resto del miedo en tu abrazo sonámbulo.
El resto irrestañable del amor en tus manos
dulces de paciencia y humilladas de artrosis.
En la escudilla, el resto de la muerte. Cuando
mueres querría
caber en la muerte de todos
los seres del mundo
y contenerla.
4
Aquí he venido a morir. Bajo
los ojos. Rehúso la mirada de los vivos.
Tienes los labios hinchados. En las fosas nasales
algodón. Cuerpo presente. Intocable
tras los cristales, porque la ley mortal
de esta ciudad estéril prohibe el contacto con la muerte.
¿Quién ha vedado besar labios hinchados?
Aquí he venido a morir y no es posible.
No he conocido un ser con menos culpa. Las últimas semanas
creías que una servilleta de papel
agujereada, zarcillo salutífero,
te ayudaba a expulsar a los muertos del mundo
concitados en tu vientre y tu garganta.
Demencia senil, dicen. El nombre
común de una destrucción y una distancia.
Carraspeabas y tosías muertos,
dulce mía, ya novia
de diecinueve mayos, ya niña azul.
Esos muertos del mundo que apenas eran tuyos
sino mucho más míos. Hasta esa carga
hubieras querido ahorrarnos.
No he conocido un ser con menos culpa.
Bajo los ojos, el cerco
común de una distancia y de una destrucción.
Arco ciego el umbral de las palabras. Las tuyas
anotadas (doce de enero,
ocho días antes de tu tránsito):
Esto son cosas que se dicen y no se creen.
Hemos llegado a una vida que nadie sabe nada,
nadie comprende nada
y que todo hay que hacerlo.
Alzo los ojos. Fronda de silencio. Reingreso
en la mirada vacía de los vivos.
Abierta la memoria, ciudad torpe
animal desventrado
barranco en llanto.
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