Poemas de PEDRO MIGUEL OBLIGADO
PEDRO MIGUEL OBLIGADO
Pedro Miguel Obligado nació en Buenos Aires, en 1892, y murió en la misma
ciudad, en 1967. Profesor, ensayista, conferencista, guionista y sobre
todo: poeta de raíz hondamente romántica. En 1918 publicó “Gris” y luego
“El ala de la sombra” (Primer Premio Municipal de poesía, 1923); “El hilo
de oro” (Premio Nacional de Letras, 1926); “La isla de los cantos” (Premio
Nacional de Letras, 1933); “Melancolía” (Primer Premio Nacional de Poesía,
1946, 1947 y 1948); “Los altares” (1959) y en 1971, póstumo, “El andén”
que recoge sus últimos poemas. Es autor de poemas en prosa, reunidos en
“El canto perdido” (1925).
Leopoldo Lugones afirma: “Podríamos definir la poesía de Pedro Miguel
Obligado con esta expresión titular: Historia de una melancolía.
Historia, pues exista o no una realidad episódica en la inspiración
personal, aquella poesía evoca para nuestro bien la eterna emoción humana,
compuesta por la repetición del mismo caso, que así es histórico en todos
y en cada cual. El germen nos lo deja la dulce herida de amor, venturoso o
desdichado; y un día viene el poeta y con su arte lo fecunda, poniéndonos
en estado de belleza, es decir transformándonos en poeta, un instante:
exaltación de vida superior, que por gratitud, generalmente obscura, le
devolvemos bajo forma de simpatía. Esta inmaculada concepción del alma, en
que el poeta oficia de espíritu vivificador, es como una indefinida sed
del corazón humano. Por baja que sea, por encenegada que esté, toda alma
necesita su hora de poesía. Y cuando no lo logra, empieza a padecer su
infierno en vida, y tuércesele en maldad, la esperanza que se le frustra.
El recuerdo más persistente de la verdadera poesía es que bajo su contacto
fuimos buenos, por haber sentido el entusiasmo más puro o haber derramado
las más nobles lágrimas.
En cada alma que conoció la pasión hay la congoja de un ángel caído. No
atraviesan en vano esa llama, siquiera sea fugaz, las alas con que
vivimos. En el fondo de toda copa bebida está la sed renovada. La sed que
duplica su angustia con la delicia que pasó.
La melancolía es la discreción de esa pena. Mas, aunque no se le vea la
herida fatal, palidece porque sangra. Y con ser así, discreta, parece que
nos penetra mejor la suavidad de su angustia. La expresión melancólica
posee de suyo una intimidad confidencial.
Y un poeta confidencial es, precisamente éste que me ocupa.
Tales poetas no serán los más célebres quizás, pero son los más queridos.”
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