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El conde de villamediana (los toros) - Poemas de DUQUE DE RIVAS


 
 
El conde de villamediana (los toros)
Poema publicado el 28 de Abril de 2003

               

LOS TOROS

Está en la plaza Mayor 
todo Madrid celebrando 
con un festejo los días 
de su rey Felipe cuarto. 

Este ocupa, con la reina 
y los jefes de palacio, 
el regio balcón vestido 
de tapices y brocados. 

En los otros, que hermosean 
reposteros y damascos, 
los grandes, con sus señoras 
y los nobles cortesanos, 

ostentan soberbias galas, 
terciopelos y penachos; 
las damas y caballeros 
llenan los segundos altos, 

y de fiesta gran gentío 
los barandales y andamios, 
jardín do a impulso del viento 
ondean colores varios. 

Ante la Panadería, 
del balcón del rey debajo 
y de espalda a la barrera 
en la arena del estadio, 

la guardia tudesca en ala, 
parece un muro de paño 
rojo y jalde, con cornisa 
hecha de rostros humanos, 

sobre la cual vuelan plumas 
en lugar de jaramagos, 
y brillan las alabardas 
heridas del sol de mayo. 

Los alguaciles de corte 
con sus varas en la mano, 
a la jineta en rocines, 
están en fila a los lados. 

El rey, la reina, los grandes, 
las damas, los cortesanos, 
los tudescos y alguaciles, 
el inmenso pueblo, y cuantos 

en la plaza están, los ojos 
tornan de Toledo al arco, 
por cuya barrera asoma 
un caballero a caballo. 


k


Vese en medio de la arena, 
furia y humo respirando, 
los ojos como dos brasas, 
los cuernos ensangrentados, 

con la pezuña esparciendo 
ardiente polvo, el más bravo 
retinto, a quien dio Jarama 
hierba encantada en sus campos. 

Aún no estrenó la almohadilla 
de su cuello erguido y alto, 
hierro alguno, ni ha embestido 
una sola vez en vano. 

Entre capas desgarradas 
y moribundos caballos, 
se ostenta como el guerrero 
que se coronó de lauro, 

entre rendidos pendones, 
sobre muros derribados; 
del genio del exterminio 
parece emblema y retrato. 


k


En un tordillo fogoso, 
de africana yegua parto, 
que de alba espuma salpica 
el pretal, el pecho y brazos, 

que desdeñoso la tierra 
hiere a compás con los cascos, 
que una purpúrea gualdrapa 
con primorosos recamos, 

de felpa y ante la silla, 
en el testero un penacho, 
la cabezada y rendaje 
de oro y seda roja, y lazos 

en el cordón y en las crines 
soberbio ostenta y ufano, 
a combatir con el toro 
sale aquel señor gallardo. 

Viste una capa y ropilla 
de terciopelo más blanco 
que la nieve, de oro y perlas 
trencillas y pasamanos; 

las cuchilladas, aforros, 
vueltas y faja de raso 
carmesí; calzas de punto, 
borceguíes datilados, 

valona y puños de encaje; 
esparcen reflejos claros 
en su pecho los rubíes 
de la cruz de Santiago. 

Un sombrero con cintillo 
de diamantes, sujetando 
seis blancas gentiles plumas, 
corona su noble garbo. 

Con la izquierda rige el freno, 
en la diestra lleva en alto 
un pequeño rejoncillo 
con la cuchilla de a palmo. 

Acompáñanle dos pajes, 
a pie, de uno y otro lado; 
y llevan las rojas capas 
prontas al lance en la mano: 

Síguenle sus escuderos 
y un gran tropel de lacayos, 
los que, por respeto al toro, 
se van haciendo reacios. 


k


Puesto en medio de la plaza 
personaje tan bizarro, 
saluda al rey y a la reina 
con gentil desembarazo. 

Aquel, serio, corresponde; 
esta muestra sobresalto, 
mientras el concurso inmenso 
prorrumpe en vivas y aplausos. 

Era el gran don Juan de Tassis, 
caballero cortesano, 
conde de Villamediana, 
de Madrid y España encanto 

por su esclarecido ingenio, 
por su generoso trato, 
por su gallarda presencia, 
por su discreción y fausto. 

Gran favor se le supone, 
aunque secreto, en palacio, 
pues susurran malas lenguas... 
pero mejor es dejarlo. 

De todos y todas dicen, 
y es poner puertas al campo 
querer de los maliciosos 
sellar los ojos y labios. 


k


Valiente Villamediana, 
cortas las riendas, y bajo 
del rejoncillo el acero, 
vase al toro paso a paso. 

Este cabecea, bufa, 
la tierra escarba marrajo, 
y espera instante oportuno 
en que partir como el rayo. 

El paje de la derecha, 
con grande soltura y garbo, 
a la fiera irrita y llama, 
la capa ante ella ondeando. 

Embiste, pues; el jinete 
tuerce el bridón, de soslayo 
pasa el toro, el otro paje 
con la capa hace otro engaño, 

y lo revuelve, y de nuevo 
lo para. Determinado 
le hostiga de frente el conde; 
torna a embestir rebramando 

el jarameño; parece 
que el caballero y caballo 
van a volar a las nubes, 
cuando de la fiera intactos, 

en primorosas corvetas 
se separan y con saltos. 
Un punto el toro vacila 
bramido ronco lanzando, 

y desplómase en la tierra, 
haciendo de sangre un lago 
con el torrente que brota 
de la cerviz, do, clavado, 

medio rejón aparece, 
que el otro medio, en la mano 
del noble y valiente conde 
va al concurso saludando. 


k


Por balcones y barandas, 
vallas, barreras y andamios, 
formando una riza nube, 
ondean pañuelos blancos; 

y "¡viva!", el pueblo repite, 
y los caballeros "¡bravo!", 
y "¡qué galán!" las mujeres, 
haciendo lenguas las manos. 

La reina, que, sin aliento, 
los ojos desencajados 
en jinete y toro tuvo, 
vuelve, ansiosa, respirando; 

"¡Qué bien pica el conde!", dice, 
y "muy bien", los cortesanos 
repiten. El rey responde: 
"Bien pica, pero muy alto. " 

Y en el rostro de la reina 
clavó sus ojos un rato. 
Esta demudose, y todos 
los señores de palacio, 

en quienes opinión propia 
fuera un peregrino hallazgo, 
repitieron, no sabiendo 
lo que decían acaso, 

y de entrambas majestades 
queriendo seguir el rastro: 
"Pica muy bien; mas debiera 
haber picado más bajo. " 

Dos toros más se corrieron, 
en que caballeros varios 
con gala y con valentía 
gran destreza demostraron; 

mas es pretender lucirlo 
después del conde gallardo, 
exceso del amor propio, 
cuyos esfuerzos son vanos. 

Ser en punto mediodía 
las campanas avisaron 
de Santa Cruz en la torre. 
En su carroza a palacio 

retiráronse los reyes, 
tras ellos los cortesanos, 
y aquel inmenso gentío, 
la plaza desocupando, 

se apiñó en arcos y puertas, 
haciendo un todo compacto, 
que por las primeras calles 
rompió, que luego en pedazos 

por otras más dividiose, 
después en grupos, que al cabo 
reducidos a familias, 
muy pronto se dispersaron. 

Tal vez así se desagua 
un artificial pantano, 
cuando se abren las compuertas 
del malecón, y apretados 

torrentes por ellas salen, 
que luego en arroyos varios 
se dividen, y se pierden 
finalmente por los campos.

       

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