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La chilin - Poemas de YANIRA SOUNDY


 
 
La chilin
Poema publicado el 15 de Julio de 2004


      Un día azul de palabras mágicas mi padre la trajo a casa. Los árboles  se
      mecían con sus largos vestidos verdes y amarillos y el viento callaba.
      Ella llegó vestida de abril procedente de un país de música. La llamé
      "Chilín". Era una ardilla chiquita y nerviosa que tenía la cola flaca y
      sin pelo. De su carita sobresalían sus ojos redondos y negros,  y una
      trompita con dos enormes dientes de roedor.
     
      En ese momento Chilín dormía en una cajita de madera, envuelta toda con
      trapos, calcetines y hojas, dejando apenas entrever sus ojos como dos
      fulgores en la oscurida
     
      Al poco tiempo de tenerla con nosotros, mi padre le compró una preciosa
      jaula que abarcaba más de la mitad del jardín de mi casa. La cual
      adornamos con macetas de plantas.
     
      La "Chilin" creció y de pronto comenzó a visitarla una ardilla macho, que
      le regalaba en ramos pequeños de flores: la fronda olorosa, paisajes y
      agua fresca. La "Chilin" se emocionaba y  gozosa los agarraba por entre
      las rendijas de la jaula, ella lo había aceptado ya como su novio. Muchas
      veces quisimos atraparlo, pero fue imposible. Él estaba enamorado de la
      "Chilin", pero también amaba su libertad, los soplos de azul en el volcán
      de San Salvador, los vigorosos árboles, el crepúsculo y los caminos de los
      montes. Cuando la ardilla macho decidía visitarla, pasaban largas horas
      uno frente al otro, separados por el cautiverio de la "Chilin". Entonces
      ella tomaba entre sus patitas nerviosas pequeñas gotas de rocío que
      reflejaban el inmenso campo mojado por la lluvia, hasta que el viento se
      las arrebataba. Entonces  parecía sonreír...
     
      Un día la "Chilin" estaba muy triste, tenía los ojitos húmedos de llanto.
      La ardilla macho, se lastimaba la carita queriendo quitar el alambre de la
      jaula. Mientras en el exterior se deshojaban las estrellas al golpe de las
      hojas, atravesándome con una música gris en el corazón...
     
      Al verlos, sentí un gran remordimiento, entonces abrí la jaula. Mi
      sorpresa fue que entró la ardilla macho resignado al encierro. Esperé
      frente a ellos, silenciosa, sin cerrar la puerta.  Salieron poco a poco,
      la "Chilin" saltó a mi hombro, espléndida , agradecida, bañándome de
      gracias. Se fue junto a su amado, por floridos cafetales, con una aurora
      de frescura en la mirada. Afuera les recibieron los árboles, el silencio
      de las flores, el brillo de los cielos, los campos perfumados con olor a
      pino y a hoja de naranja
     
      Desde ese día puse siempre comida junto a la jaula. Ellos llegaban
      alegres, con sus cuerpecitos mojados por el rocío y un encanto lleno de
      misterio, distraídos oliendo los claveles y saltando de rama en rama,
      hasta llegar a la cálida palmera empapada de cielo que adornaba el patio
      de la casa.
     
      La "Chilín" había dejado de ser gordita, hacía mucho ejercicio saltando de
      un árbol a otro.
     
      Pero luego vino el invierno y no los vi más.
      Quebró el junco la música y yo quedé como una niña con el corazón
      solitario...
     
      Pasaron no sé cuántas noches de lluvia, hasta que un día los rayos del sol
      se filtraron por la ventana de mi cuarto. El verano había llegado fresco,
      nuevo y galopante a las rosas, a las lilas y violetas.
      Corrí al patio con la esperanza de verlos.
      Cinco ardillas saltaban entre los árboles de la quebrada, dichosamente
      juntas a la sombra de las ramas.
     
      Llamé a la "Chilín" por su nombre y ella volvió su carita nerviosa para
      verme, deteniéndose un instante me mostró con orgullo sus crías. Después
      saltó con ellas a otro árbol y les perdí de vista...
     
      Hoy después de tanto tiempo, cuando escucho ruidos de ardillas en la
      quebrada imagino en cada una de ellas a la "Chilín", balanceándose al
      ritmo de las ramas de algún árbol frutal  en nuestra casa, recordando
      quizás mis caricias tañidas por los dedos de la lluvia.
     

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