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Piedra que germina - Poemas de OSCAR WONG


 
 
Piedra que germina
Poema publicado el 06 de Febrero de 2009

               

                                                  Después que me miraste,
                                        qué gracia y hermosura en mí dejaste

                                                                      SAN JUAN DE LA CRUZ





Como raudo rayo fecundado
el Amor desciende.

Con sus garras abre
surcos en la tierra.

Y crece el musgo,
el limo blanco, el árbol
venerado por la tribu.

Y la ternura crece
sobre el alba.

Y el corazón del día surge
como denso susurro
                              de la roca.
Y el océano inicia
impetuosa danza consagrada.
aquí el fulgor renace.

Si pusieras tus ojos en mis ojos.
Si pusieras tus labios en mis labios.
Si tu boca afuera abeja enardecida
O aguja voraz hurgando en la sangre.
Si te posaras, sedienta, entre mis piernas,
te amaría densa, torva, tiernamente,
como quien por primera vez asoma al mundo,
como quien por primera vez
desgarra una violeta.

Todas las cosas arden si te miro.
Todas las piedras germinan si te amo.

Como gorjeo intempestivo vienes
y tu presencia bebo cual arroyo
donde los ángeles se inclinan.

Como una lenta danza que seduce,
como rocío fértil en la arena,
como la castidad del santo que crepita
ante la suave perfección de la figura inmaculada
vienes.

Qué arduo trabajo el tuyo, Amada: ser hermosa.

El graznido del cuervo me estremece,
el vuelo del pegaso me seduce,
el gorjeo de tu voz me satisface.

Sin ti, abeja tierna, el Universo carece de sentido.

Como un patriarca fiero me conduzco,
como un profeta sabio te profano.

Amada Reina del Valle de Jovel,
La del Rostro Dulcísimo y Terrible,
Sé que vienes de donde crecen los manzanos
Y que en tus ojos anidan las colmenas.

Ay cuánta miel derramándose en el iris
Y cuánta perfección en tu figura.

Que el oro de mis besos te sostenga.
Que la roca de mi canto te consagre).


A TI NO TE DERRIBARÁ la muerte.
A ti jamás te tocará el olor maldito de la tumba
aunque las leyes de la flor, la insobornable
rueda del verano se deslice, y perturben
y acosen tu belleza.

Gacela, grulla o corza
como una madre tierna te cobijo,
pero tiemblo si un golpe lúgubre
de realidad te toca.

Conjuro la presencia de lo eterno.

Brillante lágrima de sol:
yo desperté a la serpiente,
yo vi temblar al unicornio,
yo desaté al dragón enfurecido.

Frágil, perturbado,
para cantar escucho el ritmo lento del silencio,
para amar me sumerjo en el vacío.

¿Quién dice que el terror calcina?

Desde la esfera más alta entrego
mi voz en el océano.

Y palpito
                    y me erizo
                                                  y me consagro
                                                                      ciego.

Turbo la turbia tarde.

El corazón alberga rosas, muñones agrios,
amargas fauces que devoran.
También es puño enronquecido.

Pero me doy a ti cual caracol sediento.

Delirio, purificada brasa que palpita,
¿ante la Luz qué hacen los ciegos?

Me inclino, hierba endeble, si me miras.
Mi corazón naufraga en ola súbita.

Fulgor sonoro al mediodía eres,
arena humedecida la ternura.



México-Tenochtitlan, enero 5 de 1998.

       

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