21 - Poemas de Lobaiza De Rivera, Lidia Esther
21
Poema publicado el 11 de Noviembre de 2002
Veintiuno
I
Requerimos de la sombra y la hoguera, atamos el pecado,
…pero… por nuestro propio bien,
extingue esa llamarada ardiente y delatora
que esparce sus chispazos en el tiempo,
tanto secreto resguardado bajo las piedras y las llaves del mundo,
y no permitas que se rompa la alcancía tenaz de los recuerdos.
Apaga la inmensa combustión,
deshilachada de murmullos sentenciosos,
que a nadie conviene revelar.
Aunque nos crucemos por este camino de avidez perdurable,
vos y yo, seremos dos extraños que no nos conocimos.
Y la mentira prosigue su camino, altanera, obradora, incólume,
aunque aún me estremezca por el hondo lamido salado de tu piel,
el gemido que agoniza entre los brazos de una muerte fiel,
cuando el éxtasis culmina , y nos deja alelados, sin aliento;
sin saber cómo salvar el alma de la culpa,
sin despedazar la esencia en un inútil adiós, llorando la inocencia.
II
Eso fue mucho antes de los ritos nupciales,
antes que el universo decidiera qué hacer entre el cielo y la tierra….
Los dos, sí, lo sabíamos: era la eternidad de nuestros sentimientos,
sin agujeros negros, sin los siete días de la creación,
sin anuncios ni reglamentaciones.
III
Porque vivimos un mundo despojado, desnudo, arrebolado,
sin conciencia de lo bueno...o lo malo.
Eva y Adán , en nuestro Paraíso, y arrojados de allí ,
sin morder la manzana, sin silbos de serpientes.
Castigados desde el primer minuto,
por el soberbio acto de amarnos,
ajena yo, a todos tus lazos y ataduras,
ajeno vos, a la imprudencia de mis pocos años.
Fuego, rizando jacintos en las lenguas… quemando tu sortija
y mi pelo entrelazado de pimpollos rosas,
entre riscos criticados, sin idea de confesionarios,
sólo el pervivir del tiempo en ese instante,
sin secuelas de llantos ni repeticiones de devocionarios.
IV
Y después…
sólo los años…años…años,
con su desdeñoso barniz de hipocresía,
en un inútil intento, jactancioso,
de borrar este pasado que nos une, nos condena,
nos desliza por las tenaces barrancas de mi pueblo dormido,
con sus noches de luna…como la luna aquella,
que alumbró nuestras pieles…después del primer beso.
Veintiuno
I
Requerimos de la sombra y la hoguera, atamos el pecado,
…pero… por nuestro propio bien,
extingue esa llamarada ardiente y delatora
que esparce sus chispazos en el tiempo,
tanto secreto resguardado bajo las piedras y las llaves del mundo,
y no permitas que se rompa la alcancía tenaz de los recuerdos.
Apaga la inmensa combustión,
deshilachada de murmullos sentenciosos,
que a nadie conviene revelar.
Aunque nos crucemos por este camino de avidez perdurable,
vos y yo, seremos dos extraños que no nos conocimos.
Y la mentira prosigue su camino, altanera, obradora, incólume,
aunque aún me estremezca por el hondo lamido salado de tu piel,
el gemido que agoniza entre los brazos de una muerte fiel,
cuando el éxtasis culmina , y nos deja alelados, sin aliento;
sin saber cómo salvar el alma de la culpa,
sin despedazar la esencia en un inútil adiós, llorando la inocencia.
II
Eso fue mucho antes de los ritos nupciales,
antes que el universo decidiera qué hacer entre el cielo y la tierra….
Los dos, sí, lo sabíamos: era la eternidad de nuestros sentimientos,
sin agujeros negros, sin los siete días de la creación,
sin anuncios ni reglamentaciones.
III
Porque vivimos un mundo despojado, desnudo, arrebolado,
sin conciencia de lo bueno...o lo malo.
Eva y Adán , en nuestro Paraíso, y arrojados de allí ,
sin morder la manzana, sin silbos de serpientes.
Castigados desde el primer minuto,
por el soberbio acto de amarnos,
ajena yo, a todos tus lazos y ataduras,
ajeno vos, a la imprudencia de mis pocos años.
Fuego, rizando jacintos en las lenguas… quemando tu sortija
y mi pelo entrelazado de pimpollos rosas,
entre riscos criticados, sin idea de confesionarios,
sólo el pervivir del tiempo en ese instante,
sin secuelas de llantos ni repeticiones de devocionarios.
IV
Y después…
sólo los años…años…años,
con su desdeñoso barniz de hipocresía,
en un inútil intento, jactancioso,
de borrar este pasado que nos une, nos condena,
nos desliza por las tenaces barrancas de mi pueblo dormido,
con sus noches de luna…como la luna aquella,
que alumbró nuestras pieles…después del primer beso.
Lidia Esther Lobaiza de Rivera- Coronda- Santa Fe- Argentina
Poema publicado el 11 de Noviembre de 2002
Veintiuno
I
Requerimos de la sombra y la hoguera, atamos el pecado,
…pero… por nuestro propio bien,
extingue esa llamarada ardiente y delatora
que esparce sus chispazos en el tiempo,
tanto secreto resguardado bajo las piedras y las llaves del mundo,
y no permitas que se rompa la alcancía tenaz de los recuerdos.
Apaga la inmensa combustión,
deshilachada de murmullos sentenciosos,
que a nadie conviene revelar.
Aunque nos crucemos por este camino de avidez perdurable,
vos y yo, seremos dos extraños que no nos conocimos.
Y la mentira prosigue su camino, altanera, obradora, incólume,
aunque aún me estremezca por el hondo lamido salado de tu piel,
el gemido que agoniza entre los brazos de una muerte fiel,
cuando el éxtasis culmina , y nos deja alelados, sin aliento;
sin saber cómo salvar el alma de la culpa,
sin despedazar la esencia en un inútil adiós, llorando la inocencia.
II
Eso fue mucho antes de los ritos nupciales,
antes que el universo decidiera qué hacer entre el cielo y la tierra….
Los dos, sí, lo sabíamos: era la eternidad de nuestros sentimientos,
sin agujeros negros, sin los siete días de la creación,
sin anuncios ni reglamentaciones.
III
Porque vivimos un mundo despojado, desnudo, arrebolado,
sin conciencia de lo bueno...o lo malo.
Eva y Adán , en nuestro Paraíso, y arrojados de allí ,
sin morder la manzana, sin silbos de serpientes.
Castigados desde el primer minuto,
por el soberbio acto de amarnos,
ajena yo, a todos tus lazos y ataduras,
ajeno vos, a la imprudencia de mis pocos años.
Fuego, rizando jacintos en las lenguas… quemando tu sortija
y mi pelo entrelazado de pimpollos rosas,
entre riscos criticados, sin idea de confesionarios,
sólo el pervivir del tiempo en ese instante,
sin secuelas de llantos ni repeticiones de devocionarios.
IV
Y después…
sólo los años…años…años,
con su desdeñoso barniz de hipocresía,
en un inútil intento, jactancioso,
de borrar este pasado que nos une, nos condena,
nos desliza por las tenaces barrancas de mi pueblo dormido,
con sus noches de luna…como la luna aquella,
que alumbró nuestras pieles…después del primer beso.
Veintiuno
I
Requerimos de la sombra y la hoguera, atamos el pecado,
…pero… por nuestro propio bien,
extingue esa llamarada ardiente y delatora
que esparce sus chispazos en el tiempo,
tanto secreto resguardado bajo las piedras y las llaves del mundo,
y no permitas que se rompa la alcancía tenaz de los recuerdos.
Apaga la inmensa combustión,
deshilachada de murmullos sentenciosos,
que a nadie conviene revelar.
Aunque nos crucemos por este camino de avidez perdurable,
vos y yo, seremos dos extraños que no nos conocimos.
Y la mentira prosigue su camino, altanera, obradora, incólume,
aunque aún me estremezca por el hondo lamido salado de tu piel,
el gemido que agoniza entre los brazos de una muerte fiel,
cuando el éxtasis culmina , y nos deja alelados, sin aliento;
sin saber cómo salvar el alma de la culpa,
sin despedazar la esencia en un inútil adiós, llorando la inocencia.
II
Eso fue mucho antes de los ritos nupciales,
antes que el universo decidiera qué hacer entre el cielo y la tierra….
Los dos, sí, lo sabíamos: era la eternidad de nuestros sentimientos,
sin agujeros negros, sin los siete días de la creación,
sin anuncios ni reglamentaciones.
III
Porque vivimos un mundo despojado, desnudo, arrebolado,
sin conciencia de lo bueno...o lo malo.
Eva y Adán , en nuestro Paraíso, y arrojados de allí ,
sin morder la manzana, sin silbos de serpientes.
Castigados desde el primer minuto,
por el soberbio acto de amarnos,
ajena yo, a todos tus lazos y ataduras,
ajeno vos, a la imprudencia de mis pocos años.
Fuego, rizando jacintos en las lenguas… quemando tu sortija
y mi pelo entrelazado de pimpollos rosas,
entre riscos criticados, sin idea de confesionarios,
sólo el pervivir del tiempo en ese instante,
sin secuelas de llantos ni repeticiones de devocionarios.
IV
Y después…
sólo los años…años…años,
con su desdeñoso barniz de hipocresía,
en un inútil intento, jactancioso,
de borrar este pasado que nos une, nos condena,
nos desliza por las tenaces barrancas de mi pueblo dormido,
con sus noches de luna…como la luna aquella,
que alumbró nuestras pieles…después del primer beso.
Lidia Esther Lobaiza de Rivera- Coronda- Santa Fe- Argentina
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