Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste,
y mi padre decía,
mirándome y moviendo
la cabeza: "Hijo mío,
no sirves para nada".
Después me fui al colegio
con pan y con adioses,
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: "Pequeño niño,
no sirves para nada".
Vino luego la guerra,
la muerte -yo la vi-,
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron,
yo, triste, seguí oyendo:
"No sirves para nada".
Y cuando me pusieron
los pantolones largos,
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
"No sirves para nada".
En la calle, en las aulas,
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes,
me perseguía siempre
la triste cantinela:
"No sirves para nada".
Ahora vivo con ella,
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que, a veces, digo,
también con alegría:
"No sirves para nada".
(Selección: Antonio Porpetta)
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