He dormido un poco, abuelo, casi dos horas
y conservo mi fusil.
Me hice grande, según dicen las tinieblas.
Estuve, estoy peleando como enseñaste
y tengo los puños en tus puños todavía.
Combatí contra el dolor cuando te fuiste,
pero lo maté mal, porque a ratos vuelve
con su armamento de nostalgias y me dispara
con absoluta puntería.
No te preocupes por las ideas, no he vendido
ninguna –sí las tres vacas,
el carro del heno y el viejo molino–,
sigo creyendo y luchando por ellas
y les conseguí firme casa de corazón blindada.
Los campos que aramos cambiaron
sus cultivos, ahora estáticos
cuerpos abonados de pavor, dianas
perforadas en la emboscada del final.
(A plena luz la naturaleza teme mirar
hacia allí, por eso convoca a la niebla
y sólo en el aire persisten los emblemas).
Yo respiré la sorda hiel de la batalla
mientras los escuadrones suicidas
del miedo clausuraban la carrera de mi sangre.
Pero estoy, continúo peleando como enseñaste.
Hoy he dormido un poco, abuelo; mi fusil
me acompaña. Y también un raro
ardor en la nuca...
Continúo...
mas los ojos, abuelo,
los ojos
no se abren.
Atrás
comentan otros soldados
que estoy muerto.
De: Mientras la lluvia no borre las huellas
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