¿La locura tendrá sus anuncios? El coleccionador de vellos púbicos en cajas de fósforos, la simpática calumniosa que fingía ser coja cuando le descubrían la tramoya, el ávido por garabatear paredes con los dedos sangrados. Locos en bañeras planeando golpes de estado, renuncias a ningún cargo, asuntos evitados. ¿En cuántos recipientes recorre el mundo la locura? ¿Habrá acaso solo una?
Al visitar a la tía, ningún diálogo podía completarse. El hábil en argucias es todo, menos loco. Y el muchachito se sentía viviendo en un nicho de evasivas. El abuelo cambiaba de tema cuando saltaba con sus inquietudes acerca de Dios. A los 13 años, la visita de un pariente obispo ponía al asunto un broche de oro. Dios era un enorme equívoco, y la locura no pasaba de un bluff. Toda prueba es circunstancial pero puede ser usada para distintos fines. El silencio imita autismo y disidencia. Para donde me mueva, estoy en tus manos.
Las caídas son transcriptas por copistas eximios. Estados de pánico, angustias banales, violencias súbitas. La tía se deslizaba por un silencio enlodado cada vez que él hablaba de su madre. Encendía un cigarro y luego lo abandonaba. Buscaba algo en los bolsillos. Y retomaba aquello de: Qué bueno que has venido a verme. No volvió más allí.
Se sentía solo, también. Los sueños se dispersaron. Ya no era un muchacho. Las casas, vendidas. Una de ellas: demolida. No tenía consigo ninguno de aquellos miles de libros. Todos los parientes murieron. Apenas la tía vivía aún, una irónica relación entre ser y tiempo. ¿Cuál es la medida de la locura en todo aquello? ¿Cuál es la medida de nuestra presencia en cuanto hacemos? ¿La locura es lo que dejamos escapar, o lo que no logramos ser?
El niño llevaba con él una pequeña caja de madera. Dentro había dos láminas de vidrio, una tijera minúscula cuya forma semejaba el encuentro de sus culebras y un raro acervo de figuras, en su mayor parte insólitas. Las imágenes se repetían hasta el exceso -ventanas, molduras, libros abiertos, cuerpos humanos, hogueras- y parecían no tener fin. Al buscar el libro que sería las alas de un lagarto planeando la fuga ante una ventana abierta, retiró de la caja millares de recortes amontonados alrededor. Descontento, afirmaría que el infinito tiene sus propios dilemas, y entonces recortó los faldones de dos libros, y con ello el lagarto se fue. Todos aquellos papeles retornaron a un nido cuyas dimensiones hacían imposible contenerlos.
Traducción de Jorge Ariel Madrazo
O JOGO DAS FORMAS
A loucura terá seus anúncios? O colecionador de pentelhos em caixas de fósforo, a caluniosa simpática que fazia-se coxa quando lhe descobriam a tramóia, o trêmulo a rabiscar paredes com os dedos sangrados. Loucos em banheiras planejando golpes de estado, renúncias de cargo algum, assuntos evitados. Em quantos vasos percorre o mundo a loucura? Haverá mesmo uma?
Ao visitar a tia, nenhum diálogo se completava. O argucioso é tudo menos louco. E o garoto logo perceberia viver em um nicho de evasivas. A avó desconversava quando vinha com suas inquietudes acerca de Deus. Aos 13 anos a visita de um parente bispo coroara o assunto. Deus era um grande equívoco e a loucura não passava de um blefe. Toda prova é circunstancial, mas pode ser usada para fins distintos. O silêncio arremeda autismo e dissidência. Para onde me mova, estou em tuas mãos.
Quedas são transcritas por exímios copistas. Estados de pânico, angústias banais, violências súbitas. A tia escorregava em um lodoso silêncio, sempre que ele falava em sua mãe. Acendia um cigarro e logo o largava. Procurava algo nos bolsos. E retomava o que bom que você veio me ver. Não retornou mais ali.
Também sentia-se só. Os sonhos se dispersaram. Já não era mais garoto. As casas foram vendidas. Uma delas demolida. Não tinha consigo um único daqueles milhares de livros. Os parentes todos morreram. Apenas a tia ainda vivia, uma irônica relação entre ser e tempo. Qual a medida da loucura naquilo tudo? Qual a medida de nossa presença em tudo o que fazemos? A loucura é o que deixamos escapar, o que não conseguimos ser?
O menino levava consigo uma pequena caixa de madeira. Dentro havia duas lâminas de vidro, uma tesoura minúscula cuja forma era a do encontro de suas cobras, e um raro acervo de figuras as mais insólitas. As imagens se repetiam ao excesso – janelas, molduras, livros abertos, corpos humanos, fogueiras – e pareciam não ter fim. Ao buscar o livro que seria as asas de um lagarto planejando a fuga diante de uma janela aberta, retirou da caixa milhares de recortes, amontoados ao redor. Descontente afirmara que o infinito tem seus próprios dilemas e então recortou as abas de dois livros e com elas o lagarto se foi. Todos aqueles papelotes retornaram a um ninho de dimensões impossíveis de contê-los.
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