Las palabras - Poemas de DAVID ESCOBAR GALINDO
Las palabras
Poema publicado el 03 de Marzo de 2002
No me atrevo a mover ni siquiera con una cauta pluma
La ceniza que crece detrás de las palabras;
Es visible y palpable,
Como una ramazón ante el crepúsculo,
Como un grupo de niños que se bañan
En el río que hierve de soledad antigua; apenas me figuro
Mi mano ?equidistante de la pasión y el diccionario— alzada
Señalando un lugar, una nube en el fondo
De los techos intactos, con el hollín de siempre,
Y las casas de ayer con las gentes de ayer,
Y el ayer con sus flores pueriles y sagradas,
Entrando en el color de las semillas que perfuman,
Saliendo como polvo de colchas sacudidas,
Por puertas y ventanas.
Aparte, la aventura de este minuto en que hablo,
Porque mientras están ardiendo las palabras
Su otro yo ?esa ceniza— no tiene más poder que el de un espejo,
Y es como la otra cara inmóvil de una música,
Es como mantener tras un velo incorrupto la otra cara;
Sólo que en la tensión de decir, de explicar,
De conservar en alto la justificativa resistencia,
Se pierde tanto aroma, tanta vida, tanto fuego de magia,
Tanto beso en los labios de las cosas:
Uno trabaja, sufre, pasa sin ver el aire,
Huye a cámara lenta,
Se refugia en sonrisas, en miradas,
Con tal de no mover esa ceniza interna,
Ese colchón de fantasía ingrávida,
Porque quizás es como la nitroglicerina:
Que se toca y estalla.
Vidrios, años, rencores,
Sensaciones oscuras como el olor de aquellas semillas
/de los bálsamos,
Como el incendio sordo de las tierras que van
A sembrarse, y la gruesa claridad de la lluvia sin relámpagos,
Aflictiva y quemada.
Casi extiendo la mano para rozar mi fondo de conciencia.
Huyo, olvidado, por donde vine. Y no
Muevo ni un solo músculo: qué alegría de mundo
En que lo más intenso se disfraza,
En que uno nace, ríe, se enamora, pregunta,
Y habla constantemente
Para evitar que tome fuerza de idioma vivo
La ceniza que crece detrás de las palabras.
Es así como imperan en el aire del tiempo
Las aves solitarias.
Poema publicado el 03 de Marzo de 2002
No me atrevo a mover ni siquiera con una cauta pluma
La ceniza que crece detrás de las palabras;
Es visible y palpable,
Como una ramazón ante el crepúsculo,
Como un grupo de niños que se bañan
En el río que hierve de soledad antigua; apenas me figuro
Mi mano ?equidistante de la pasión y el diccionario— alzada
Señalando un lugar, una nube en el fondo
De los techos intactos, con el hollín de siempre,
Y las casas de ayer con las gentes de ayer,
Y el ayer con sus flores pueriles y sagradas,
Entrando en el color de las semillas que perfuman,
Saliendo como polvo de colchas sacudidas,
Por puertas y ventanas.
Aparte, la aventura de este minuto en que hablo,
Porque mientras están ardiendo las palabras
Su otro yo ?esa ceniza— no tiene más poder que el de un espejo,
Y es como la otra cara inmóvil de una música,
Es como mantener tras un velo incorrupto la otra cara;
Sólo que en la tensión de decir, de explicar,
De conservar en alto la justificativa resistencia,
Se pierde tanto aroma, tanta vida, tanto fuego de magia,
Tanto beso en los labios de las cosas:
Uno trabaja, sufre, pasa sin ver el aire,
Huye a cámara lenta,
Se refugia en sonrisas, en miradas,
Con tal de no mover esa ceniza interna,
Ese colchón de fantasía ingrávida,
Porque quizás es como la nitroglicerina:
Que se toca y estalla.
Vidrios, años, rencores,
Sensaciones oscuras como el olor de aquellas semillas
/de los bálsamos,
Como el incendio sordo de las tierras que van
A sembrarse, y la gruesa claridad de la lluvia sin relámpagos,
Aflictiva y quemada.
Casi extiendo la mano para rozar mi fondo de conciencia.
Huyo, olvidado, por donde vine. Y no
Muevo ni un solo músculo: qué alegría de mundo
En que lo más intenso se disfraza,
En que uno nace, ríe, se enamora, pregunta,
Y habla constantemente
Para evitar que tome fuerza de idioma vivo
La ceniza que crece detrás de las palabras.
Es así como imperan en el aire del tiempo
Las aves solitarias.
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