RefutaciÓn del tiempo - Poemas de Alfonso Fajardo
RefutaciÓn del tiempo
Poema publicado el 26 de Febrero de 2001
Esta lluvia voluptuosa, entronizada en el patio trasero de mi tumba,
me recuerda la sangre que a fuerza de locura quemé. Es la sangre que bebí,
la sangre que todos los días huye espantada de la podredumbre de su dueño,
la sangre negra de la sombra que soy. La cárcel, asistida por hongos y palabras,
parece más isla de espejismos que cripta del poema. La nave va, diría Fellini,
muy a pesar de que cicatrices abre, atraviesa y vuelve a remendar.
Viejos molinos de aire, brillantes catedráticos de la sinrazón, somos.
Harto del tiempo de su liga asqueado, desconfío de la felicidad y de la sed saciada.
Amo el sol negro de la locura de la esperanza de la luz del infierno de los pasos,
amo la noche invertebrada de cuyas piernas abiertas nacen los resplandores del asombro,
amo la inmolación suicida de los mártires, amo tus ojos –bailarina del dolor -,
amo la muerte y la blancura de la insanidad. El tiempo existe:
espejo que se arrastra gusano sobre mi inerme rostro.
Esta lluvia podrida, estancada en el oscuro pozo de mi pecho, me recuerda la brillantez del mal,
el calvario de una vida entre velas y descargas eléctricas,
el lento cáncer de la soledad que carcome huesos, entrañas. Pasa, entonces,
la oscura educación de la muerte, la fétida fábrica bajo los ojos del Sinrostro.
Me rebalsan los excesos: vivido lo suficiente. Atrás queda la fiebre del nómada,
el vino de los desesperados, la niebla en la ventana, la invención de la locura.
Ahora los días se arrastran lentisimos frente a mi viejo corazón, la casa es un sobrio abandono;
la vida –idéntica a sí misma—empieza con el tiempo y termina con él:
espiral de ceniza en el que me revuelco. Quemadas, inexorablemente, todas mis naves.
El tiempo existe: es una lúcida luz que se quema,
como el fusible fosforescente que llevamos adentro del pecho, cuando no hay energía,
esperanza y cuerpo que la alimente.
Poema publicado el 26 de Febrero de 2001
Esta lluvia voluptuosa, entronizada en el patio trasero de mi tumba,
me recuerda la sangre que a fuerza de locura quemé. Es la sangre que bebí,
la sangre que todos los días huye espantada de la podredumbre de su dueño,
la sangre negra de la sombra que soy. La cárcel, asistida por hongos y palabras,
parece más isla de espejismos que cripta del poema. La nave va, diría Fellini,
muy a pesar de que cicatrices abre, atraviesa y vuelve a remendar.
Viejos molinos de aire, brillantes catedráticos de la sinrazón, somos.
Harto del tiempo de su liga asqueado, desconfío de la felicidad y de la sed saciada.
Amo el sol negro de la locura de la esperanza de la luz del infierno de los pasos,
amo la noche invertebrada de cuyas piernas abiertas nacen los resplandores del asombro,
amo la inmolación suicida de los mártires, amo tus ojos –bailarina del dolor -,
amo la muerte y la blancura de la insanidad. El tiempo existe:
espejo que se arrastra gusano sobre mi inerme rostro.
Esta lluvia podrida, estancada en el oscuro pozo de mi pecho, me recuerda la brillantez del mal,
el calvario de una vida entre velas y descargas eléctricas,
el lento cáncer de la soledad que carcome huesos, entrañas. Pasa, entonces,
la oscura educación de la muerte, la fétida fábrica bajo los ojos del Sinrostro.
Me rebalsan los excesos: vivido lo suficiente. Atrás queda la fiebre del nómada,
el vino de los desesperados, la niebla en la ventana, la invención de la locura.
Ahora los días se arrastran lentisimos frente a mi viejo corazón, la casa es un sobrio abandono;
la vida –idéntica a sí misma—empieza con el tiempo y termina con él:
espiral de ceniza en el que me revuelco. Quemadas, inexorablemente, todas mis naves.
El tiempo existe: es una lúcida luz que se quema,
como el fusible fosforescente que llevamos adentro del pecho, cuando no hay energía,
esperanza y cuerpo que la alimente.
¿Te gusta este poema? Compártelo:
«« más poemas de Alfonso Fajardo