Malahierba - Poemas de Alfonso Fajardo
Malahierba
Poema publicado el 21 de Enero de 2004
Seremos la sombra del árbol,
nuestros muertos como ríos,
descansarán en el mar persistente de la memoria.
Sabemos decir palabras como ecos,
nombrar versos como espejos, sabemos
caminar entre pastizales amarillos y hojas secas.
Ciertas palabras me asaltan y me recuerdan
la raíz del desencanto que crece entre páginas de historia,
me bastan sus matices escarlatas, sus disparos pírricos
y todo el manso crujir de sus navegaciones
cuando cruzan el pacífico mar de las cofradías.
Existe un país, un ciprés de sombra alada,
un desencanto a mitad del camino y un arma
que relumbra cada vez que abrimos
el libro de las inconformidades.
Sabemos nombrar las cosas y señalarlas con el dedo índice,
hemos sabido decirle pan al pan y al vino, vino. Sabemos
tatuar quimeras en los hidrantes donde respira la bestia.
Pero he aquí que el cielo abre sus piernas, afloja su luz
y espera las cabezas recién nacidas como quien espera
el cambio tenue de las estaciones.
En nuestras memorias resuenan las colmenas rabiosas
de los juglares, petrificadas en mármol quedan
los epitafios de las palabras para siempre fosforescentes:
“esta es mi patria”, “el turno del ofendido por años silencioso”, etc.
Seremos, como la mala hierba de su tierra,
los nietos instigadores de la ignominia y la palabra.
Poema publicado el 21 de Enero de 2004
Seremos la sombra del árbol,
nuestros muertos como ríos,
descansarán en el mar persistente de la memoria.
Sabemos decir palabras como ecos,
nombrar versos como espejos, sabemos
caminar entre pastizales amarillos y hojas secas.
Ciertas palabras me asaltan y me recuerdan
la raíz del desencanto que crece entre páginas de historia,
me bastan sus matices escarlatas, sus disparos pírricos
y todo el manso crujir de sus navegaciones
cuando cruzan el pacífico mar de las cofradías.
Existe un país, un ciprés de sombra alada,
un desencanto a mitad del camino y un arma
que relumbra cada vez que abrimos
el libro de las inconformidades.
Sabemos nombrar las cosas y señalarlas con el dedo índice,
hemos sabido decirle pan al pan y al vino, vino. Sabemos
tatuar quimeras en los hidrantes donde respira la bestia.
Pero he aquí que el cielo abre sus piernas, afloja su luz
y espera las cabezas recién nacidas como quien espera
el cambio tenue de las estaciones.
En nuestras memorias resuenan las colmenas rabiosas
de los juglares, petrificadas en mármol quedan
los epitafios de las palabras para siempre fosforescentes:
“esta es mi patria”, “el turno del ofendido por años silencioso”, etc.
Seremos, como la mala hierba de su tierra,
los nietos instigadores de la ignominia y la palabra.
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