Luego llegaron los carros
de otros desheredados
que se dirigían a nosotros
como si tuvieran la única respuesta,
como si fuera suya la última pregunta:
«¿Es ésta la frontera?»
y yo les contesté
«¿Es vuestra la frontera?»
Ningún mapa celeste cuando se ha alzado
un muro tan alto como la amenaza.,
y aún, excavando despacio,
hay voces en las corrientes marinas que se olvidan
o me traen una muerte pequeña,
redonda, como el óvalo de la miniatura
que cuelga silenciosa,
a la entrada de la casa,
con mi voz absorbida
por las esponjas en sus manos:
«¿Qué veis en mi voz?» pregunté,
la O y la Z parecieron bambolearse
ligeramente y rebotar en la pared de enfrente.
Ahora mi cuerpo cuelga de alambres
secándose al sol,
despejando de las palabras
un olor a humedad,
y la familia, más real, más cálida bajo la linterna,
ya sus cabellos blancos en el bosque
lejos de los bloques de hormigón,
cabellos blancos de la mujer que mira
y desde el otro lado de la calle nos sonríe,
la calle que conduce hacia otra necesidad,
como el curso de un río que nos avisa:
«Esta es tu obra,
estas palabras miden tu voz,
y este lugar vacío tu sueño.»
Mujeres de carne y verso.
Antología poética femenina
en lengua española del siglo XX.
Edición de Manuel Francisco Reina.
La esfera literaria. 2002
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