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Muerte de don alvaro de luna - Poemas de ROMANCERO ESPAÑOL


 
 
Muerte de don alvaro de luna
Poema publicado el 26 de Febrero de 2001

               

Con triste y grave semblante
oyendo está  la sentencia
el Condestable de  Luna,
sin género de flaqueza.
No le ha turbado el temor
de  la  muerte,  ni  el  afrenta
del  acusado delito;
antes  dice  con  paciencia:

"Justo  pago  ha dado el  cielo
a  mi  privanza  soberbia,
que de servicios humildes
favores de un rey la engendra,
pues como hiedra en sus brazos
creció, y en fin, como hiedra,
en  faltándole su sombra
no hay cosa que no la ofenda.
Nadie  procure  privar
con  los  reyes,  porque sepan
que quien  más con  reyes  priva
tiene  la  muerte  más cerca;
que  la privanza en  el  suelo
es  una  insaciable  fiera,
tósigo que  sin  sentirse
se derrama por  las venas:
es  blanco donde  la  envidia
todos sus  tiros  asesta;
terreno de  las malicias,
fortaleza sin defensa.
Púsome a mí la fortuna
en  la cumbre de su  rueda;
mas como es rueda,
rodó hasta  bajarme  a  la  tierra.
¡Ah, segundo rey Don Juan
y qué contento muriera,
si  por servirte este día
me quitaras  la  cabeza!
Más siento perder  la fama
que  me quita  tu  grandeza,
que  el  castigo  que  me  das,
puesto que  lo  mereciera.
No  me  espantará  la  muerte,
pues  no es  morir  cosa  nueva.
Mas  morir en  tu desgracia,
más que el  morir me atormenta.
Si  jamás  en  dicho o  hecho
ofendí  tu  real  grandeza,
no  me  perdone  mis  culpas
Dios, a quien voy a dar cuenta;
si  no es que el hado infelice,
mi  clima y fatal  estrella
quiso,  porque  el  cielo quiso
que con voz de traidor muera.
Luna fui que allá  en  tu cielo
tanto crecí, que pudiera
cual otro Faetón al  mundo
abrasar,  si  traidor  fuera;
pero  mientras  no  vencieron
las  envidiosas  tinieblas
de tu sol las confianzas
en  la fe de  mi  nobleza,
mi  luna dio tanta  luz
con  la tuya acá en  la tierra,
que de envidia se turbaron
en tu cielo mis estrellas,
do hicieron  tales efectos
en  el  sol de tu grandeza,
que hacen  menguar a mi  luna
antes que se viese llena.
Erró  la  ventura  el  tiro,
desenfrenaron  las  lenguas
los émulos, y acertaron
dalles  tu  grata  audiencia;
y como todo es finito,
el  bien que nos da la tierra,
en tierra me vuelvo yo
con esta inmortal afrenta.
Crezcan  contentos  agora
los que mi menguante esperan;
mas miren que acaba el mío
cuando  a  llenarse  comienzan."

Quiso pasar adelante,
mas no pudo, porque entran
el de Zúñiga y seis frailes,
que ya ha rato que  le esperan.
Acompañóle  gran  gente,
como amiga de  novelas,
hasta que en el  cadahalso
vio el verdugo que  le espera.
Abrazóse a  un  crucifijo
vertiendo lágrimas  tiernas;
que un pecho que está sin culpa
con  facilidad  las  echa.
Vueltos los ojos al cielo
y las rodillas en tierra,
dijo:

"Dulce  Señor  mío,
mi  alma  se  os  encomienda."

Cortó el astuto verdugo
de los hombros la cabeza,
que por el aire decía:

"Credo, credo, es fuerza, es fuerza..."

       

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