Catherine - Poemas de Luis García Gil
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Catherine
Poema publicado el 24 de Abril de 2009
A Jeanne Moureau
La nuca exaltada por Jim, la locura,
el amor que reparte su luz, el reloj de arena
de Jules que marca las horas raudamente,
la guerra que clava su acero en las sienes,
las afinidades electivas de Goethe,
la caricia ausente, el dolor que abate,
las cartas que son como una batalla,
la tinta, la sangre, el hijo imposible,
la aurora, la hija que repite gestos de la madre.
Los ojos del amor, cerrados, cansados,
la venda en los párpados, las púrpuras
manos que agitan pañuelos de llanto.
Todo lo que se pierde, todo lo que añoramos,
el sol que nos deja, el mar que nos lleva...
La seguimos porque la amamos,
es una aparición, es todo el universo,
es la risa perenne de una estatua
hallada en una isla del Adriático,
es la fe que perdimos y ahora recuperamos
mirándonos en su rostro, en su forma de ser.
Amores que aplazan la muerte o amores
que son finalmente como la misma muerte.
Y la duda, el cataclismo, la belleza
que nos acompaña, infiel como ese tiempo
que se nos escapa y que no detiene su paso.
Finalmente la ceniza no esparcida, como quería,
desde lo alto de una colina, ceniza para quien
tanto provocó el amor, para quien arrastró
al vacío a Jim, entre el barro plomizo de la tarde,
la vida misma abrazada a la muerte...
Poema publicado el 24 de Abril de 2009
A Jeanne Moureau
La nuca exaltada por Jim, la locura,
el amor que reparte su luz, el reloj de arena
de Jules que marca las horas raudamente,
la guerra que clava su acero en las sienes,
las afinidades electivas de Goethe,
la caricia ausente, el dolor que abate,
las cartas que son como una batalla,
la tinta, la sangre, el hijo imposible,
la aurora, la hija que repite gestos de la madre.
Los ojos del amor, cerrados, cansados,
la venda en los párpados, las púrpuras
manos que agitan pañuelos de llanto.
Todo lo que se pierde, todo lo que añoramos,
el sol que nos deja, el mar que nos lleva...
La seguimos porque la amamos,
es una aparición, es todo el universo,
es la risa perenne de una estatua
hallada en una isla del Adriático,
es la fe que perdimos y ahora recuperamos
mirándonos en su rostro, en su forma de ser.
Amores que aplazan la muerte o amores
que son finalmente como la misma muerte.
Y la duda, el cataclismo, la belleza
que nos acompaña, infiel como ese tiempo
que se nos escapa y que no detiene su paso.
Finalmente la ceniza no esparcida, como quería,
desde lo alto de una colina, ceniza para quien
tanto provocó el amor, para quien arrastró
al vacío a Jim, entre el barro plomizo de la tarde,
la vida misma abrazada a la muerte...
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