Habitante de la ausencia - Poemas de Lobaiza De Rivera, Lidia Esther
Habitante de la ausencia
Poema publicado el 10 de Junio de 2007
Tal vez no tienes nombre, careces de perfiles exactos,
no sondeo el color de tus ojos, la plácida ternura de tu pelo.
No te mido ni por peso, ni altura o el matiz de tu piel.
Desconozco el brillo de tus arcas, el número de tus rebaños,
el límite de tus campos, tu palabra política, el paisaje de tus dioses.
Solo cierro los ojos y dejo libre el alma:
es una jaula abierta cuyos habitantes volaron alto, muy alto,
casi hasta el cielo.
Y ella te reconoce, estruja, te aprisiona,
te eleva como un nuevo cáliz hacia la sed del tiempo,
y en los ríos de entrega con que riegas mi huerto;
en la dureza cálida, tibia de tu piel, que palpita y vive en mi,
como un eterno huésped de mis ansias;
en cada repliegue, detrás de las colinas,
sobre el borde alado de las flores; en el denso musgo sedoso,
dulce oquedad, donde reposan blandamente los lirios y las rosas.
Ni yo, ni tú.
Tú para mí. Yo para ti.
Sin acosarnos, sin cansancio, sin saber,
finalmente, quien puede a quien, con el único gobierno del amor.
He visto tanto, archivé tantos nombres, calles, paredes, minutos,
deshabitada mariposa de luz, insatisfecha;
que estoy sintiendo de pronto mucho miedo.
Miedo de encontrarme una tarde cualquiera,
bebiendo las últimas gotas de la vida,
que pases tú a mi lado y no reconocerte.
Poema publicado el 10 de Junio de 2007
Tal vez no tienes nombre, careces de perfiles exactos,
no sondeo el color de tus ojos, la plácida ternura de tu pelo.
No te mido ni por peso, ni altura o el matiz de tu piel.
Desconozco el brillo de tus arcas, el número de tus rebaños,
el límite de tus campos, tu palabra política, el paisaje de tus dioses.
Solo cierro los ojos y dejo libre el alma:
es una jaula abierta cuyos habitantes volaron alto, muy alto,
casi hasta el cielo.
Y ella te reconoce, estruja, te aprisiona,
te eleva como un nuevo cáliz hacia la sed del tiempo,
y en los ríos de entrega con que riegas mi huerto;
en la dureza cálida, tibia de tu piel, que palpita y vive en mi,
como un eterno huésped de mis ansias;
en cada repliegue, detrás de las colinas,
sobre el borde alado de las flores; en el denso musgo sedoso,
dulce oquedad, donde reposan blandamente los lirios y las rosas.
Ni yo, ni tú.
Tú para mí. Yo para ti.
Sin acosarnos, sin cansancio, sin saber,
finalmente, quien puede a quien, con el único gobierno del amor.
He visto tanto, archivé tantos nombres, calles, paredes, minutos,
deshabitada mariposa de luz, insatisfecha;
que estoy sintiendo de pronto mucho miedo.
Miedo de encontrarme una tarde cualquiera,
bebiendo las últimas gotas de la vida,
que pases tú a mi lado y no reconocerte.
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