Quédate, ¡oh luna!, plácida, argentada,
queda con tus encantos, tu luz pura,
yo ocultaré mi vida abandonada
entre las sombras de la noche oscura.
Y si alumbra tu luz, pálida y triste,
a la hermosa que amé sin esperanza,
dila que el llanto que en mis ojos viste,
nadie en el mundo a disipar alcanza.
Ahora, tal vez risueña y afanosa
te contempla al vagar entre las flores,
o a su amante esperando cariñosa
se aduerme en sueños de ilusión y amores.
Yo adoré a esa mujer, pura violeta
que brotó entre la lava de este suelo;
más pura que el ensueño de un poeta,
traslado de los ángeles del cielo.
Dulce suspiro de inocente niño,
ángel de amor que por amor delira,
plácida virgen del primer cariño,
flor que perfuma y perfumando expira.
Contémplala feliz, luna querida
al dulce lazo del placer sujeta,
que yo tranquilo cruzaré la vida
con mi llanto y miseria de poeta.
Dila que su recuerdo en mi memoria
por siempre existirá, solo, profundo,
ya me acaricie un porvenir de gloria
o ya cruce mendigo por el mundo.
Y al dejar de la vida la ribera,
cuando cansado de llorar, sucumba,
alumbra ¡oh luna! por la vez postrera
las olvidadas flores de mi tumba.
Selección: Juan Domingo Argüelles.
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