(para Gustavo Martín Garzo)
Todos estamos mancos en el mundo; la mayoría de los
seres humanos no se dan cuenta; la mayoría de quienes
se dan cuenta son incapaces de aceptarlo.
El enigma de la vida no es lo acabado, lo consumado, lo
pleno, sino lo imperfecto. Malhaya quien se obstina en
perseguir la perfección, pues la vida le escapa, la vida y
su enigma.
No tiene doble fondo porque no tiene fondo.
Imágenes persiguen a imágenes que persiguen imágenes.
El espesor de las pantallas de televisión disminuye cons-
tantemente, su brillo y superficie aumentan, el prisio-
nero olvida que alguna vez deseó escapar. No tiene
doble fondo porque no tiene fondo.
Es asunto de preferencias y de expectativas, me diréis. Es
asunto de vida que se debate en un tremedal de hidro-
carburos, en una imparcialidad de quirófano, en un in-
terminable chapaleo hertziano, creo que os contestaría.
Todos estamos mancos en el mundo, pero ninguna he-
rida puede resumirse a conocimiento categorizable.
En poesía no se puede hablar por hablar, ni hablar por
el placer de escucharse a sí mismo. El breve tiempo y la
demasiada muerte nos vedan tales frivolidades. El soli-
loquio me parece esencialmente no poético: en poesía
todo se extrema hacia el tú.
Todo ocupa un lugar: también la palabra prescindible.
Para ocupar el suyo, la palabra prescindible ha despla-
zado o bien a la palabra sustancial, o bien al silencio.
Eso es intolerable.
No estoy hablando de buenos sentimientos. Estoy hablan-
do de las caderas de la mujer que no dejaba de estornu-
dar en pleno verano, o del paso del hombre frágil que
cuando cruzaba la calle iba exponiéndose en cada mo-
vimiento.
La lumbre del despertar, para quien no persigue el cristal
helado cuya absoluta transparencia hechiza.
Para éste la sal del sudor, la dulzura del pan compartido y
la sumergida incandescencia de la sangre.
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