El poeta pobre - Poemas de Javier Campos
El poeta pobre
Poema publicado el 02 de Octubre de 2005
Juventud, divino tesoro
Rubén Darío
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante.
Roberto Fernández Retamar
Yo también en mi dorada juventud fui un poeta pobre,
miles de noches me dormí, como el poeta ruso Serguei Esenin,
mirando las estrellas desde un pajar;
navegué a regiones desconocidas, sonámbulo,
en barcos estancados en la arena de mi pueblo,
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
sin que ningún cíclope me impidiera el regreso
También en mis momentos más tenebrosos o despechado de amor
cometí cientos de suicidios con el mismo revólver del poeta Maykovsky
cuando a los 30 años se disparó en la cabeza;
o anduve por kilómetros sin rumbo fijo
hundiéndome en el mar un día hermoso al atardecer
como se suicidó la poeta Alfonsina Storni
entrando semidormida en las olas del océano
También bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener un viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca
en el verano
como Lázaro de Tormes
Me embriagué con otros manjares venidos desde los Jardines de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran
Probé los venenos de las hierbas más milenarias de la tierra
aquellas que los toltecas tomaban mirando el atardecer
en una playa de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir
para soñar con el paraíso que les esperaba
Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
para que ella me hiciera dormir
leyéndome uno de esos libros inexistentes
de nuestra extensa biblioteca de Alejandría
En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche
en papeles inmaculadamente blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas,
afiebrado de imágenes,
nada más que un sólo verso
También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida
Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por las azules muchedumbres como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo
Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios,
invitados por los países ricos y por los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.
Poema publicado el 02 de Octubre de 2005
Juventud, divino tesoro
Rubén Darío
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante.
Roberto Fernández Retamar
Yo también en mi dorada juventud fui un poeta pobre,
miles de noches me dormí, como el poeta ruso Serguei Esenin,
mirando las estrellas desde un pajar;
navegué a regiones desconocidas, sonámbulo,
en barcos estancados en la arena de mi pueblo,
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
sin que ningún cíclope me impidiera el regreso
También en mis momentos más tenebrosos o despechado de amor
cometí cientos de suicidios con el mismo revólver del poeta Maykovsky
cuando a los 30 años se disparó en la cabeza;
o anduve por kilómetros sin rumbo fijo
hundiéndome en el mar un día hermoso al atardecer
como se suicidó la poeta Alfonsina Storni
entrando semidormida en las olas del océano
También bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener un viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca
en el verano
como Lázaro de Tormes
Me embriagué con otros manjares venidos desde los Jardines de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran
Probé los venenos de las hierbas más milenarias de la tierra
aquellas que los toltecas tomaban mirando el atardecer
en una playa de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir
para soñar con el paraíso que les esperaba
Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
para que ella me hiciera dormir
leyéndome uno de esos libros inexistentes
de nuestra extensa biblioteca de Alejandría
En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche
en papeles inmaculadamente blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas,
afiebrado de imágenes,
nada más que un sólo verso
También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida
Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por las azules muchedumbres como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo
Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios,
invitados por los países ricos y por los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.
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