No hubo solución, no hubo,
la ciudad se reveló tantas veces
y las sábanas no fueron refugio,
ni amor, ni palacio,
las camas repletas de odio
no fueron lugares seguros,
aun nunca fueron lugares,
ni suficiente ahogo ni extremaunción,
nada se hizo necesario,
la ciudad contempló todo
y a todo tuvo respuesta
como respuesta de ciudad iluminada,
a todo hubo respuesta en la voz de la ciudad,
tuvo peso la resonancia de las leyes
y las leyes de la ciudad
fueron objeto de culto
y objeto de refugio, amor y palacio,
y ante cada erupción o palabra
de los conocidos o ignorados,
hubo sangre,
y sangre fue la respuesta tres veces
a cada uno de sus costados,
y las heridas nunca fueron sanando,
sangre fue la respuesta,
y manejamos el ojo en la sangre,
el hilo en la sangre,
ocultos a la vista de todos,
bien digo, no hubo solución,
pero hubo ritos para celebrar
la caída y la perpendicularidad de las leyes,
directo a las cabezas,
directo a las cabezas,
. —"Esto es ley", la ciudad.
—"Esto es ley", y después del anuncio, relámpagos
y más sangre,
sangre de la que nunca
nadie pudo dejar de beber
porque los sorbos fueron largos y lentos,
y aun con los vómitos y los coágulos
de los sorbos lentos y largos,
la ley de la ciudad no concibió variantes,
ni recursos, ni excepciones,
la ley fue dura
y castigó duramente
a quienes vomitaban en público:
—"Todo ha de ser privado", la ley,
pero todos corrían a mirar
a quienes se atragantaban,
y la ciudad entera
fue un coro de "te lo dije",
un coro de malditos "te lo dije",
y los atragantados recibían patadas
que no dejaban de ser actos públicos,
entonces la ley era peor,
la ley partía la tierra gritando:
—"Yo te lo dije"
—"Yo te lo dije"
y los atragantados
con el dolor hasta el cuello
y subiendo más alto,
caían en los agujeros provocados
por los gritos de la ley en la tierra.
Así cayeron cientos,
y los que no se hundían
no era causa de concesiones,
era que lograban ponerse de pie
y vomitar hacia adentro,
entonces la ley los olvidaba
y ellos comenzaban a pudrirse,
o en el peor de los casos
a mantenerse de pie.
Con la llegada de las tardes
quisimos irnos,
pero nada nos detuvo.
Nos quedamos apretados en las tardes,
con nubes enfermas,
y esperábamos irnos sin algo preparado,
con frases,
con hilachas a medio cortar, queríamos,
pero llegaban otros
a decir algo sin paciencia,
hablando de la ley,
prefiriendo a la lluvia,
la amenaza constante del invierno.
Llovió entonces,
pasaron máquinas interminables,
no supe calcular,
no hubo cielo para las nubes
que en su abundancia bajaban a escupirnos,
llovía entonces, recuerdo,
esperábamos irnos,
nada fue preparado hasta la lluvia,
y los pies en el barro
apretamos los puños,
apretamos los dientes,
entonces sí,
llovía,
y la lluvia era algo incierto
y anfibio,
otra vez subíamos las manos
y nos dábamos patadas
mirando la mugre de nuestros zapatos,
la mugre o la sangre, no recuerdo.
La lluvia cayó de improviso,
es justo,
después fue la tierra
la que volvió a hablar,
y no entendimos por qué nos alejamos,
nos alejaron,
no entiendo si estoy o estamos tan lejos,
la tierra explicaba pero desde otro,
aquí no hubo lluvia
porque hubo un comienzo
para los deshielos,
aquí aprendí que no podía reconocer
cuántos éramos.
Y tuve miedo
y estuve solo.
De: El odio o la ciudad invertida
Selección: Guido Ferrer
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