Con - Poemas de Alfonso Vázquez Alonso
Con
Poema publicado el 13 de Enero de 2002
Con sus superficiales siete ojos
el fuego ve incendiarse mis entrañas.
El búho de los bosques del país es y era ajeno.
El corazón de Beatriz duerme aún bajo mi palabra,
en los senderos de oro de la noche escolar,
en el tridimensional tránsito de lo real hacia sí mismo
en un único y eterno sueño de amor. ¡Fidelidad, Fidelidad!
El resto del mundo,
Beatriz, amada mía, luego de tú y yo,
apenas era ya comestible. Con tus rubios cabellos,
bajo el cayado de santidad de tu padre,
te despediste de la casa-escuela del solitario
aquella noche última, con linternas de bolsillo en todas las manos
y grafías azules de tinta artesanal en todas la memorias.
El águila se ceba en tus cabellos de oro;
en noche tan hundida en el pasado,
el lobo masca de tu corazón; la serpiente sortea tus dos muslos.
Gime el noble León verde de discordia;
y en el matraz que nos contuvo hace ahora frío,
un frío no de vida ni de muerte, prima materia
del advenir de la verdad.
Tus ojos se han perdido por geografías azules
de mutismo y de sueño; me miran desde la esencia
de la nube, del agua, de la entidad substancial primera,
emanación e imagen, proyección desposada la de su Belleza.
Azules, y solo visibles en el plano de tus pestañas
(más atrás son misterio), tienen en sí
la música final, muerte del corazón
en la melancolía del adiós.
Tu sombra ha hecho morir toda la Física del mundo
en el enigma de la contemplación y de la luz;
toda la óptica en sí no es más que la imaginación
cifrada de tu furtivo mirar de ti al amado.
Toda tu piel sueña por tus ojos.
Todo el fuego del monte tras la paterna casa
es sólo la ignición de la medida
de tu movimiento más lento en la aurora de la actividad.
Porque las horas caen de pronto
desde el océano de la lentitud,
y la furia de los Titanes canta al tiempo perdido
y sin amor, y breve es la caricia del primer día de primavera,
y largo el caminar.
Poema publicado el 13 de Enero de 2002
Con sus superficiales siete ojos
el fuego ve incendiarse mis entrañas.
El búho de los bosques del país es y era ajeno.
El corazón de Beatriz duerme aún bajo mi palabra,
en los senderos de oro de la noche escolar,
en el tridimensional tránsito de lo real hacia sí mismo
en un único y eterno sueño de amor. ¡Fidelidad, Fidelidad!
El resto del mundo,
Beatriz, amada mía, luego de tú y yo,
apenas era ya comestible. Con tus rubios cabellos,
bajo el cayado de santidad de tu padre,
te despediste de la casa-escuela del solitario
aquella noche última, con linternas de bolsillo en todas las manos
y grafías azules de tinta artesanal en todas la memorias.
El águila se ceba en tus cabellos de oro;
en noche tan hundida en el pasado,
el lobo masca de tu corazón; la serpiente sortea tus dos muslos.
Gime el noble León verde de discordia;
y en el matraz que nos contuvo hace ahora frío,
un frío no de vida ni de muerte, prima materia
del advenir de la verdad.
Tus ojos se han perdido por geografías azules
de mutismo y de sueño; me miran desde la esencia
de la nube, del agua, de la entidad substancial primera,
emanación e imagen, proyección desposada la de su Belleza.
Azules, y solo visibles en el plano de tus pestañas
(más atrás son misterio), tienen en sí
la música final, muerte del corazón
en la melancolía del adiós.
Tu sombra ha hecho morir toda la Física del mundo
en el enigma de la contemplación y de la luz;
toda la óptica en sí no es más que la imaginación
cifrada de tu furtivo mirar de ti al amado.
Toda tu piel sueña por tus ojos.
Todo el fuego del monte tras la paterna casa
es sólo la ignición de la medida
de tu movimiento más lento en la aurora de la actividad.
Porque las horas caen de pronto
desde el océano de la lentitud,
y la furia de los Titanes canta al tiempo perdido
y sin amor, y breve es la caricia del primer día de primavera,
y largo el caminar.
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