Un maduro perfume de membrillo en las ropas
blancas y almidonadas… Oh campestre saludo
del ropero asombrado, que nos abre sus puertas
sin espejos, enormes y de un tallado rudo! …
Llena el olor la alcoba, mientras el sol afuera
camina poco a poco, se duplica en la noria,
bruñe cada racimo, cada pecosa pera,
y le graznan los patos su rima obligatoria.
En todo se deslíe el perfume a membrillo
que salió de la alcoba… Es como una oración
que supimos de niños… Si —como el corderillo
prófugo del redil— huyó de la memoria,
hoy, que a nosotros vuelve, se ensancha el corazón.
Dulzura hay en el alma, y juventud, y vida,
y perfume en la tarde que, ya desvanecida,
se va tornando rosa, dejando la fragancia
de la ropa que vela, mientras muere la estancia…
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