La visiÓn de antonin artaud - Poemas de Omar García Ramírez
La visiÓn de antonin artaud
Poema publicado el 08 de Diciembre de 2001
Eran rocas
febriles y pálidas
rocas de cicatrices plúmbeas
/como poemas revelados bajo una luz de
fósforo mineral;
rocas que hacían de mi senda,
/no lo creado por un Dios
Sino... el temor de lo no creado por los hombres,
lo no tocado por el tiempo;
huellas de pasos ya fosilizados,
/animales pesados
que se habían enfrentado en estos cañones desérticos...
Animales furiosos de pieles húmedas
/y garras poderosas.
Sabía que al llegar a la aldea Tarahumara
tostado por el sol y el viento despiadado de la
sierra mexicana,
una sonrisa de temida libertad,
júbilo de bestia armónica
cantaría como una cascada
/fresca en mi espíritu.
Una niña de dulce mirada
recibió con ternura mi agotamiento y calmó la
ansiedad de ese largo viaje, con un cuenco de agua en donde el cielo temblaba.
Hablé con el Chaman de la comunidad;
un anciano de frente cuarteada y ojos profundos
/como un lago de montaña.
Durante las tardes paseamos por los
alrededores del pueblo
conversando en un rudimentario español sobre
mi preparatoria iniciática.
Respiré fuertemente
el cálido y puro aire de esos días
mientras fortalecía mi cuerpo con ejercicios
lunares y antiguos
como: golpear con las palmas de las manos
ciertos puntos de mi cuerpo,
durante horas enteras;
o permanecer con los brazos en la posición de
/quien
desea alcanzar una estrella.
Ejercicios que exigían todas mis fuerzas
/en un empeño de conocimiento misterioso.
Después me sometí
a un ayuno prolongado
y fui sintiendo una embriaguez de ave
/ligera,
águila sobrevolando un desierto de arcillas
terracotas.
Llegado el esperado día
bebí de una fuente negra
y me embriagué en el sagrado zumo
/del cactus,
me retire solitario a una cueva
donde el Chaman me ordenó esperar
la presencia del Nathual;
allí yo era un coyote y la luna me enamoraría
con refinadas
artes de doncella oriental.
Comía setas y bayas azules dispuestas sobre
escudillas de cerámica ritualizada;
y observaba criaturas de fuego que
/danzaban con pies ligeros
sobre una hoguera donde crepitaba el
/oro.
El chaman me había advertido sobre los
peligros del “sendero”:
“Para procurar los “ayudas”, es mejor no seducir
a los elementales….
Dominarlos serenamente en su medio,
es tu objetivo.
El cactus peyote, te da sólo lo que vibra en ti y
por ti se manifiesta,
y es, ésta observación y lucha lo que te da la fuerza”.
El tiempo fluía lento como un río
otras veces cual rítmico y pesado tambor
/cuero de cabra al medio día...
Entendí que esta presencia se hacía piel de
/tierra,
cuando en las paredes de la gruta
aparecieron símbolos rojos y negros
y las piedras comenzaron a destilar un
/calor infernal.
Y apareció como una energía que no decaía,
que lo arrollaba todo con la fuerza de un torrente
lava-hirviente.
Aleteo de pájaros excitados en la noche,
una gran víscera de Dios olvidado,
/herida de guerrero no cicatrizada;
oleada de bisontes rojos sobre la pradera;
puñal de ónix en mi garganta,
vegetal multicolor y venenoso
inundándome las venas, quemándome el cerebro.
Una deidad moraba obscura en mí
con su cara de lagarto pétreo
devoraba, una a una, mis palabras.
Y era él, …
El demonio de la tribu.
La historia de su muerte y la sombra de su guerra,
entonces grité horrorizado
y mi lamento se extendió
sobre la nocturna sierra.
Poema publicado el 08 de Diciembre de 2001
Eran rocas
febriles y pálidas
rocas de cicatrices plúmbeas
/como poemas revelados bajo una luz de
fósforo mineral;
rocas que hacían de mi senda,
/no lo creado por un Dios
Sino... el temor de lo no creado por los hombres,
lo no tocado por el tiempo;
huellas de pasos ya fosilizados,
/animales pesados
que se habían enfrentado en estos cañones desérticos...
Animales furiosos de pieles húmedas
/y garras poderosas.
Sabía que al llegar a la aldea Tarahumara
tostado por el sol y el viento despiadado de la
sierra mexicana,
una sonrisa de temida libertad,
júbilo de bestia armónica
cantaría como una cascada
/fresca en mi espíritu.
Una niña de dulce mirada
recibió con ternura mi agotamiento y calmó la
ansiedad de ese largo viaje, con un cuenco de agua en donde el cielo temblaba.
Hablé con el Chaman de la comunidad;
un anciano de frente cuarteada y ojos profundos
/como un lago de montaña.
Durante las tardes paseamos por los
alrededores del pueblo
conversando en un rudimentario español sobre
mi preparatoria iniciática.
Respiré fuertemente
el cálido y puro aire de esos días
mientras fortalecía mi cuerpo con ejercicios
lunares y antiguos
como: golpear con las palmas de las manos
ciertos puntos de mi cuerpo,
durante horas enteras;
o permanecer con los brazos en la posición de
/quien
desea alcanzar una estrella.
Ejercicios que exigían todas mis fuerzas
/en un empeño de conocimiento misterioso.
Después me sometí
a un ayuno prolongado
y fui sintiendo una embriaguez de ave
/ligera,
águila sobrevolando un desierto de arcillas
terracotas.
Llegado el esperado día
bebí de una fuente negra
y me embriagué en el sagrado zumo
/del cactus,
me retire solitario a una cueva
donde el Chaman me ordenó esperar
la presencia del Nathual;
allí yo era un coyote y la luna me enamoraría
con refinadas
artes de doncella oriental.
Comía setas y bayas azules dispuestas sobre
escudillas de cerámica ritualizada;
y observaba criaturas de fuego que
/danzaban con pies ligeros
sobre una hoguera donde crepitaba el
/oro.
El chaman me había advertido sobre los
peligros del “sendero”:
“Para procurar los “ayudas”, es mejor no seducir
a los elementales….
Dominarlos serenamente en su medio,
es tu objetivo.
El cactus peyote, te da sólo lo que vibra en ti y
por ti se manifiesta,
y es, ésta observación y lucha lo que te da la fuerza”.
El tiempo fluía lento como un río
otras veces cual rítmico y pesado tambor
/cuero de cabra al medio día...
Entendí que esta presencia se hacía piel de
/tierra,
cuando en las paredes de la gruta
aparecieron símbolos rojos y negros
y las piedras comenzaron a destilar un
/calor infernal.
Y apareció como una energía que no decaía,
que lo arrollaba todo con la fuerza de un torrente
lava-hirviente.
Aleteo de pájaros excitados en la noche,
una gran víscera de Dios olvidado,
/herida de guerrero no cicatrizada;
oleada de bisontes rojos sobre la pradera;
puñal de ónix en mi garganta,
vegetal multicolor y venenoso
inundándome las venas, quemándome el cerebro.
Una deidad moraba obscura en mí
con su cara de lagarto pétreo
devoraba, una a una, mis palabras.
Y era él, …
El demonio de la tribu.
La historia de su muerte y la sombra de su guerra,
entonces grité horrorizado
y mi lamento se extendió
sobre la nocturna sierra.
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