Aquí fue el reflexionar de Eustaquio sobre su mala suerte:
aquí el maldecir del fatal favor que el prestidigitador le
había hecho distrayendo uno de sus miembros a la natural
autoridad de su cabeza, lo cual origen a toda clase de des-
órdenes que forzosamente tenían que sucederle.
Gérard de Nerval
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Censura y autocensura borran el discurso antes o después de la enunciación, borran el texto antes o después de la escritura. Pueden, también, ser desplazamiento simultáneos en la linealidad: efectos en la causa. El orden es la orden. Lo dicho se reduce a lo que se iba decir y lo que se iba a decir se reduce a lo indecible: una mudez como de objeto que no obstante y por ello mismo permite comprobar la materialidad del discurso. La lengua como algo que se abría ante la posibilidad de decir y decirse queda entonces cerrada pero mejor definida, como mar ya contra la orilla. Poder e impotencia, así, confabulan una escritura trazada exactamente sobre otra escritura, sólo que exactamente al revés. Esos mismos signos, esa misma línea, pero también anulados. La negación, aquí, como un espejo pegado a los ojos. Ni ceguera ni falta de formas: exactitud de la mirada y lo mirado donde desaparecen la mirada y lo mirado. El ojo como tautología. En t ;a negación el ojo es una totalidad retesada por su propio impulso, pv ¿s no le falta mirada sino que la lanza reteniéndola. La mirada es el párpado y el párpado es lo que no se puede ver cuando está, como el espejo, en la mirada.
Entonces ¿qué significa? Lo que quiere decir. ¿Qué quiere decir? Lo que no dice. ¿Qué no dice? Lo que ha dicho. La negación se da como estricta redundancia y la censura enaltece al discurso tanto como el diccionario a los vocablos, solo que definiendo por tachaduras. El diccionario da relieve; la censura ahueca, pero permanece latente, como ausencia de hueco, lo censurado. La indecible es lo que falta en lo que se iba a decir y lo que se iba es lo que falta en lo dicho, que es nada.
Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras
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