Hay un dia feliz - Poemas de Nicador Parra
Hay un dia feliz
Poema publicado el 05 de Septiembre de 2006
A recorrer me dedique esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepusculo
que es el único amigo que me queda.
Todo esta como entonces, el otoño
y su difusa lampara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su palido manto de tristeza.
Nunca pense, creedmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera
Todo esta en su lugar; las golondrinas
en la torre mas alta de la iglesia;
el caracol en el jardin; y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correr en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena Cosa, Dios mío!, nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
¡Ay de mi!, ¡ay de mi!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera:
una ilusión, un sueno sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no se bien que digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mi singular empresa,
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las salude personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino.
Me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo.
Siempre la misma luna en mi cabeza,
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó frente a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormia dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con Certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!
Poema publicado el 05 de Septiembre de 2006
A recorrer me dedique esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepusculo
que es el único amigo que me queda.
Todo esta como entonces, el otoño
y su difusa lampara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su palido manto de tristeza.
Nunca pense, creedmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera
Todo esta en su lugar; las golondrinas
en la torre mas alta de la iglesia;
el caracol en el jardin; y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correr en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena Cosa, Dios mío!, nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
¡Ay de mi!, ¡ay de mi!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera:
una ilusión, un sueno sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no se bien que digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mi singular empresa,
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las salude personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino.
Me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo.
Siempre la misma luna en mi cabeza,
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó frente a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormia dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con Certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!
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