¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes
con las inagotables fiebres del infinito,
preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes
con su ser justifican la belleza del mito
que los ojos helenos glorificaban antes,
ebrios de agua y de sol en las playas egeas,
en los pechos heroicos los hálitos gigantes
de las vastas mareas!
***
Son las nupcias de la Luna y de los mares
—ella triste y él amargo—,
que confunden sus nostálgicos pesares
en un beso casto y largo.
Es la Luna que deshoja sus lumínicos azahares
sobre el dorso quejumbroso de los mares.
Es del golfo, en la lívida penumbra,
el silencio de la ola, toda blanca, que se encumbra.
Son dos ritmos dolorosos
de la luz y de la espuma: dos sollozos
que se buscan, y que se hallan
en el lecho de las playas.
Son dos tristes que confunden sus pudores
a despecho de la ausencia,
dos desnudos que se muestran la hermosura de sus flores,
dos conciencias
como espejos,
que se miran desde lejos
frente a frente,
y ejecutan lentamente
una cópula sin nombre que nuestro ojo no concibe,
nuestro ciego ojo, que vive
sólo el círculo mezquino de la vida de los hombres.
Y los mares se retuercen sobre el lecho de la arena
murmurando sus vagidos de materia dolorosa,
y la blanca Luna llena
en los ámbitos solloza
su aureola de nostalgias, cuyo brillo gemebundo
nos da idea de cómo hablan los cadáveres de mundos.
Ya los vientos se han callado. Sólo se oye un gran lamento
sordo y largo, grito triste del misterio desvelado.
Y en agudo paroxismo
de potencia creadora,
con el grito del abismo
cuanto existe ruge y llora.
Vida eterna, tú, despierta
en la chispa y en la gota, mi conciencia a ti está abierta
cual el hondo mar informe,
para que hables a mi vida con el soplo o con el rayo.
Habla, madre;
que mi lengua cante o ladre
la visión de tu desmayo.
Hacia tierras ignoradas y remotas,
ola hermana, con la gracia de tus gotas
va un momento de mi vida, con el hálito divino
un enjambre se ha marchado de los versos cristalinos;
sobre el dorso inquieto y vasto,
con el rayo de la Luna va un deseo simple y casto.
Selección: Guido Ferrer
|