El dolor de los otros, es mi propio dolor - Poemas de Lobaiza De Rivera, Lidia Esther
El dolor de los otros, es mi propio dolor
Poema publicado el 09 de Enero de 2008
Trece
El dolor de los otros, es mi propio dolor.
L.E.L.
Tu boca sobre mi boca y tu aliento en mí, recorriendo confines de silencio,
obsesiones, señales …o candados.
Irrupción
de sal y lágrimas en este dolor hondo,
en el placer de la carne,
motivada de enseres cotidianos ,en la esperanza de ser uno y no más y sin embargo ser muchos en ataduras sin retorno.
Vivir ese transcurso mortal de la pasión que aquieta el quejido de la piel,
y corre tras las dunas silentes del deseo;
baja los párpados de la candidez en la entrega irrepetible
y deja marcas en los sentidos aguzados de esperas .
Y después, ¿con qué lleno este caracol deshabitado,
cuando no hay trinos , cuando llega la noche y la soledad agita las cortinas,
cuando el agua borra las últimas huellas de tus dedos,
y me quedo así, como un panal vacío,
hoja marchita de un invierno que me escupe el paso de los años?.
Quizás, lo que me quede sea vivir del ayer, del pasado, de prestado,
de ratos, de minutos.
O morir cada día sin saber quién apagó el fuego,
fijas las pupilas en el almanaque , en las horas sepias crepitando lentamente en el hogar de los recuerdos,
mientras a mi lado pasa el tiempo por las calles oscuras,
huidizo de ilusiones, callado y macilento,
mientras me enciendo entera,
para alcanzar alturas en la cresta de la despedida
y desaparecer, brizna, espuma, arena mancillada,
sola, sin ataduras, sin andamios, sin soportes, sin almohadas.
Poema publicado el 09 de Enero de 2008
Trece
El dolor de los otros, es mi propio dolor.
L.E.L.
Tu boca sobre mi boca y tu aliento en mí, recorriendo confines de silencio,
obsesiones, señales …o candados.
Irrupción
de sal y lágrimas en este dolor hondo,
en el placer de la carne,
motivada de enseres cotidianos ,en la esperanza de ser uno y no más y sin embargo ser muchos en ataduras sin retorno.
Vivir ese transcurso mortal de la pasión que aquieta el quejido de la piel,
y corre tras las dunas silentes del deseo;
baja los párpados de la candidez en la entrega irrepetible
y deja marcas en los sentidos aguzados de esperas .
Y después, ¿con qué lleno este caracol deshabitado,
cuando no hay trinos , cuando llega la noche y la soledad agita las cortinas,
cuando el agua borra las últimas huellas de tus dedos,
y me quedo así, como un panal vacío,
hoja marchita de un invierno que me escupe el paso de los años?.
Quizás, lo que me quede sea vivir del ayer, del pasado, de prestado,
de ratos, de minutos.
O morir cada día sin saber quién apagó el fuego,
fijas las pupilas en el almanaque , en las horas sepias crepitando lentamente en el hogar de los recuerdos,
mientras a mi lado pasa el tiempo por las calles oscuras,
huidizo de ilusiones, callado y macilento,
mientras me enciendo entera,
para alcanzar alturas en la cresta de la despedida
y desaparecer, brizna, espuma, arena mancillada,
sola, sin ataduras, sin andamios, sin soportes, sin almohadas.
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