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Corriendo va por la vega - Poemas de JOSÉ ZORRILLA


 
 
Corriendo va por la vega
Poema publicado el 05 de Enero de 2002

               

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
  Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
  «Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
  Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
  y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
  Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
  Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
  Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
  Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan. 
  Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
  Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
  Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
  Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
  «¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
  Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
  Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
  y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
  Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

       

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