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Primavera - Poemas de GUILLERMO QUIÑONEZ ALVEAR


 
 
Primavera
Poema publicado el 24 de Abril de 2009

               

Del guano de los establos moscos de verde peto.
Fiesta de doncellas tristes para las moscas de negras patas;
ámense las carcomas en las maderas tibias fragantes a mosto viejo.
Agriétense las murallas. Rómpense las corolas. Estallan las pulpas ácidas.

Los insectos, niños traviesos, sacrifican alas nocturnas.
Tiempo de púrpura y polen. De embriaguez y de sollozo.
Tiempo en que las manos marchitan todos los rasos
y rasgan todas las sedas aromadas a incienso, mar, nardo.

Corolas. Alas. Lágrimas. Garra de bestia. Vuelo de pluma.
Canciones en las ventanas, en los caminos, en los burdeles.
Dolor y risa. Dios y Satán, dentro de los ojos,
entre los muslos, entre los brazos.

Salud mi amigo, ponga la copa que el vino es bueno!
Sueñan y sueñan viudas desnudas, bacantes en noches de luna llena,
sobre colchones de piedra y luto, con galgos rojos,
con potros fuertes que arrastran mares.

Muchachas ¡Muchachas! Espigas de epifanía o cirios de nocturna gracia.
En el insomnio revelador grupas urgentes, mástiles de oro, leones alados.
En la vía láctea, desnudos ángeles tocan trompetas.
Desde el océano, de sal los rostros, brazos de algas, pies de corales,
llegan los náufragos en rotas, fatídicas brújulas,
por las Parcas bautizadas. Por los tifones imantadas. Por los abismos sometidas.

En hélices de negro, rebelde, trágico hierro o de lírico bronce,
aspas que cortaron las aguas de los mares heráldicos
y robadas fueron por las sirenas a los viejos, osados, capitanes,
                    creyéndolas rosas encantadas.

Borrachos de gin, ebrios de canto,
alucinados por la isla celeste de la luna:
Pica-sales, de las rías gallegas. Grumetes, de las orillas del Támesis,
lampareros escandinavos, mecánicos del fondo de la Bretaña,
estibadores protugueses, vigías de las selvas de América,
navieros de Australia, fogoneros de las márgenes del Tirreno.

En trenes viejos, desde el infierno, los condenados:
Papas y reyes, políticos y abogados, avaros y bandoleros.

Del purgatorio, en bicicletas, soldados, bomberos, brujas,
galleros y almidonadas y lindas cantoras rancagüinas y parralinas,
con arpas y guitarras con canciones y tonadas,
con minas abandonadas invadidas de ánimas,
o aldeas asoladas por cuervos y lluvias y un gran cementerio.

De los horizontes, disparando las culebrinas,
en bergantines, empavesados con calaveras, arriban los piratas
con equipajes de esqueletos, para que pinten los astros
                    y aceiten los planetas.

En un ala de cisne pasan, bajo un arco de abejas que nace en un lagar
y muere allá arriba, entre los pechos de Venus,
Heinrich Heine, Rubén Darío y Paul Verlaine.
En medio del cielo, las blondas vírgenes cantan y bailan con los demonios.

Y en una rueda de mozos y mozas, ellos, centauros, ellas, palomas,
el mulato Taguada, roto maulino, a pie descalzo, poncho raído,
en la faja escarlata como un copihue, corvo nortino, ancho de lomo,
seco de filo, eso es Chile de norte y sur,
y don Javier de la Rosa, señor de pueblo,
amo de un bayo, duro de freno,
por entre Chillán y Los Andes ganó cien carreras.

Botas muy altas, espuelas de plata que suenan como agua en cántaro,
manta de Doñihue, bella como un requiebro o un pájaro tricolor,
payan de sol a sol "a lo divino y a lo humano".
Entre los vasos galopa dios y al anca el diablo.
Entre las cuerdas de la guitarra gime la raza con sus héroes,
sus novenas, sus velorios y sus andrajos
a lo largo de tapias de barro con lagartijas y zarzamoras.

Al lado de dos nubes y de un ciclón con las alas rotas,
mi padre, Delfín Quiñones, en compañia de San Eloy, rey de los forjadores,
sobre la grupa de un mastodonte trabaja cañones,
para los truenos del próximo invierno.

El viejo Baco, a caballo a la osamenta de un sol de España,
borracho, blasfema, ríe y muerde el vientre de una azucena
blanca como un pañuelo lleno de lágrimas.
Adán, ciego y pobre, en un arrabal del Paraíso pide limosna,
y, en un organillo de una sola nota recuerda a Abel.

Eva, tendida a la sombra de mil zafiros y mil rubíes,
entre príncipes y cardenales juega con macacos,
gatos monteses y cocodrilos.

Los santos de Asia pintan arco-iris para los niños de las escuelas,
y las santas que ya no rezan tejen crepúsculos
con sedas blancas, rojas y lilas,
para las muchachas de dolientes y grandes ojos.

Del polo frío regresan pastores con baladas heladas y palomas muertas.
El viento sur, verde naranjo. Heno marítimo.
Arlequin de los tejados y las praderas. Grumete sidéreo.
Macho cabrio que olfateas en el huerto nocturno de las mujeres.



Selección: Guido Ferrer

       

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