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En los bolsillos de la sonámbula - Poemas de FLORIANO MARTINS


 
 
En los bolsillos de la sonámbula
Poema publicado el 10 de Junio de 2003

               



                                                                      La soledad está en la esperanza,
                                                                      en el triunfo, en la risa y la danza.

                                                                                            Luis Cardoza y Aragón









La soledad estaba por toda la casa, mientras caminaba ausente de sí. Por momentos danzaba y reía, en el triunfo de una casi debilidad. El cuerpo, moviéndose entre el espasmo y la herejía. Danza como natación revoloteante. El muchacho la veía en la zambullida dentro de un anzuelo ancestral, debatiéndose en los ramajes de la propia caída. Había un olor que se llevaría consigo hasta la esencia de sus escritos. La mujer, allí frente a él, le ritmaba la infancia. El, insomne; ella, la sonámbula.

Nada de eso. Intuía que era otra la razón de la presencia/ausencia de ambos. Nada le era por completo invisible. Viniendo a insinuarse en el diseño rítmico de su acogida, un mundo comenzaba a abrirle paréntesis, recibía recados del azar, anotaba imágenes sigilosas. Verla caminar por los pliegues de un abismo interior era una fortuna inigualable. Ciertamente, dejaría que toda la infancia fuese tomada por el espectro indomable de aquella mujer, que habría de recibir distintas entidades. Pero no. El tiempo con ella no duró lo suficiente. Se fue luego, sin tambores.

Los tambores, él mismo los diseñó. La sonámbula traía muchas voces en los bolsillos de su piel. Antes de ella, la madre temblaba al describir ciertas visiones que asaltaban sus noches. El convulsivo danza en tanto dure la proyección del abismo. Todos aquellos tambores le sondeaban el baile ulterior. Acompañaría al acariciado secreto de esa mujer, manifestaciones con manojos o plagas, tintineos, burlas, zumbidos, martillazos, chillidos, cacareos. Tambores.

Amaría a aquella mujer, más que dos primas que, escondidas, enharinaron de encantos algunos momentos atesorados en la memoria. La idea de lo perdido se construía con delineada firmeza. Un hartazgo de alegorías, untura de espantos, el mechero de lo cognocible. La memoria danzaba. Cuerpo sostenido por otro, agitándose en círculos incansables. Mares de fibra cubriendo y descubriendo la escena. Un teatro de lo encubierto. Tierra de otros aires y, a la vez, ella misma su propia tierra y su imposibilidad.

El cuerpo desnudo lo atraía, tanto como la astucia y el menoscabo en la risa de los tambores. Sin embargo, nada como la inocencia de aquella mirada, cuando vuelta a sí misma lo interrogaba por lo que acontecía. La soledad regresaba de un largo viaje. Mil veces la misma tarde, el mismo largo trayecto, insondable siempre. Un precario destino, con los bolsillos agujereados por planes que jamás compartirían realidad alguna.




Traducción de Jorge Ariel Madrazo






                                       NOS BOLSOS DA SONÂMBULA

                                                                                       A solidão está na esperança,
                                                                                       no triunfo, no riso e na dança.

                                                                                                        Luiz Cardoza y Aragón

A solidão estava por toda a casa, enquanto caminhava ausente de si. Por vezes dançava e ria, no triunfo de uma quase debilidade. O corpo movendo-se entre o espasmo e a heresia. Dança de esvoaçante nado. O garoto a via no mergulho em um engodo ancestral, debatendo-se pelas ramagens da própria queda. Havia um cheiro que levaria consigo até a essência de seus escritos. A mulher ali à frente ritmava-lhe a infância. Ele, o insone; ela, a sonâmbula.

Nada disso. Intuía ser outra a razão da presença/ausência de ambos. Nada lhe era de todo invisível. Vendo-a insinuar-se no desenho rítmico de seus acolhimentos, um mundo começava a abrir-lhe parênteses, recebia recados do acaso, anotava sigilosas imagens. Vê-la caminhar pelas dobras de um abismo interior era uma fortuna inigualável. Decerto deixaria que toda a infância fosse tomada pelo espectro indomável daquela mulher recebendo distintas entidades. Mas não. O tempo com ela não se deteve o suficiente. Logo se foi sem tambores.

Os tambores ele próprio desenhou. A sonâmbula trazia muitas vozes nos bolsos de sua pele. Antes dela a mãe tremia ao descrever assombrações que lhe assaltavam as noites. O convulsivo dança enquanto dura a projeção do abismo. Aqueles tambores todos sondavam-lhe o baile ulterior. Acompanhara o roçado secreto daquela mulher, manifestações com chumaço ou praga, guizalhados, bufos, zumbidos, martelares, guinchos, cacarejos. Tambores.

Amara aquela mulher, mais do que duas primas que sorrateiras enfarinharam de encantos alguns momentos guardados de memória. A idéia do perdido se construía com delineada firmeza. Um tufo de alegorias, uma untura de espantos, o isqueiro do cognoscível. A memória dançava. Corpo segurado por outro, agitando-se em círculos incansáveis. Mares de fibra cobrindo e descobrindo a cena. Um teatro do encoberto. Terra de outros ares sendo ela mesma a própria terra e sua impossibilidade.

O corpo nu lhe atraía, tanto quanto a astúcia e o menoscabo do riso dos tambores. Porém nada como a inocência daquele olhar quando retornava a si e lhe indagava o que se passara. A solidão voltava de uma longa viagem. Mil vezes a mesma tarde, o mesmo longo trajeto, insondável sempre. Um precário destino com os bolsos esburacados por planos que jamais compartilhariam realidade alguma.

       

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