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Ultimos días de una casa (parte 3) - Poemas de DULCE MARÍA LOYNAZ


 
 
Ultimos días de una casa (parte 3)
Poema publicado el 04 de Abril de 2003

               


La hora de mi dicha no ha durado
una hora siquiera.
Ellos vinieron, sí...Ayer vinieron.
Pero se fueron pronto.
Buscaban algo que no hallaron.
¿Y qué se puede hallar en una casa
vacía sino el ansia de no serlo
más tiempo? ¿Y qué perdían
ellos en mí que no fuera yo misma?
Pero teniéndome, seguían buscando...

Después, la más pequeña fue al jardín
y me arrancó el rosal de enredadera;
se lo llevó con ella no se adónde.
Mi dueño, antes de irse,
volvióse en el umbral para mirarme,
y me miró pausada, largamente,
como los hombres miran a sus muertos,
a través de un cristal inexorable...

Pero no había entre él y yo
cristal alguno ni yo estaba muerta,
sino gozosa de sentir su aliento,
el aprendido musgo de su mano.
Y no entendía, porque me miraba
con pañuelos de adioses contenidos,
con anticipaciones de gusanos,
con ojos de remordimiento.

Se fueron ya. Tal vez vuelvan mañana.
Y tal vez a quedarse, como antes...
Si la ausencia va en serio, si no vienen
hasta mucho más tarde,
se me va a hacer muy largo este verano;
muy largo con la lluvia y los mosquitos
y el aguafuerte de sus días ácidos.
Pero por mucho que demoren,
para diciembre al fin regresarán,
porque la Nochebuena se pasa siempre en casa.

El que nació sin casa ha hecho que nosotras,
las buenas casas de la tierra,
tengamos nuestra noche de gloria en esa noche;
la noche suya es, pues, la noche nuestra:
nocturno de belenes y alfajores,
villancico de anémonas,
cantar de la inocencia
recuperada...

De esperarla se alegra el corazón,
y de esperar en ella lo que espera.
De Nochebuena creo
que podría ensartarme yo un rosario
como el de las abuelas
reunidas al amor de mis veladas,
y como ellas, repasar sus cuentas
en estos días tristes,
empezando por la primera
en que jugaron los recién casados
que estrenaban el hueco de mis alas,
a ser padres de todos los chiquillos
de los alrededores...
¡Qué fiesta de patines y de aros,
de pelotas azules y muñecas
en cajas de cartón!
¡Y qué luz en las caras mal lavadas
de los chiquillos,
y en la de Él y la de Ella, adivinando,
olfateando por el aire el suyo!

Cuenta por cuenta, llegaría
sin darme cuenta a la del año
1910, que fue muy triste,
porque sobraban los juguetes
y nos faltaba la pequeña...
Asimismo: al revés de tantas veces,
en que son los juguetes los que faltan;
aunque en verdad los niños nunca sobren...

¡Pero vinieron otros niños luego!
Y los niños crecieron y trajeron
más niños...Y la vida era así: un renuevo
de vidas, una noria de ilusiones.
Y yo era el círculo en que se movía,
el cauce de su cálido fluir,
la orilla cierta de sus aguas.

Yo era...Pero yo soy todavía.
En mi regazo caben siete hornadas
más de hombres, siete cosechas,
siete vendimias de sus inquietudes.
Yo no me canso. Ellos sí se cansan.
Yo soy toda a lo largo y a lo ancho.

Mi vida entera puede pasar por el rosario,
pues aunque ha sido ciertamente
una vida muy larga,
me fue dado vivirla sin premuras,
hacerla fina como un hilo de agua...

Y llegaría así a la Nochebuena
del año que pasó. No fue de las mejores.
Tal vez el vino
se derramó en la mesa. O el salero...
Tal vez esta tristeza, que pronto habría de ser
el único sabor de mi sal y mi vino,
ya estaba en cada uno sin saberlo,
como en vientre de nube el agua por caer.

Ahora la tristeza es sólo mía,
al modo de un amor
que no se comparte con nadie.
Si era lluvia, cayó sobre mis lomos;
si era nube, prendida está a mis huesos.
Y no es preciso repetirlo mucho:
por más que no conozca todavía
su nombre ni su rostro,
es la cosa más mía que he tenido
-yo que he tenido tanto-...La tristeza.

¿Y de qué hablaba aquí? Resbalo
en mis propios recuerdos...La memoria
empieza a diluirse en las cosas recientes,
y recental reacio a hierba nueva,
se me apega con gozo
a las sabrosas ubres del pasado.
Pero de todos modos,
he de decir en este alto
que hago en el camino de mi sangre,
que esto que estoy contando no es un cuento;
es una historia limpia, que es mi historia;
es una vida honrada que he vivido,
un estilo que el mundo va perdiendo.

A perder y a ganar hecho está el mundo,
y yo también cuando la vida quiera;
pero lo que yo he sido, gane o pierda,
es la piedra lanzada por el aire,
que la misma mano que la
lanzó no alcanza a detenerla,
y sola ha de cortar el aire hasta que caiga.

Lo que yo he sido está en el aire,
como vuelo de piedra, si no alcancé a paloma.
En el aire, que siendo nada,
es vida de los hombres; y también en la Epístola
que puede desposarlos ante Dios,
y me ofrece de espejo a la casada
por mi clausura de ciprés y nardo.

La Casa, soy la Casa.
Más que piedra y vallado,
más que sombra y que tierra,
más que techo y que muro,
porque soy todo eso, y soy con alma.

Decir tanto no pueden ni los hombres
flojos de cuerpo,
bien que imaginen ellos que el alma es patrimonio
particular de su heredad...

Será como ellos dicen; pero la mía es mía sola.
Y, sin embargo, pienso ahora
que ella tal vez me vino de ellos mismos
por haberme y vivirme tanto tiempo,
o por estar yo siempre tan cerca de sus almas.
Tal vez yo tenga un alma por contagio.

Y entonces, digo yo: ¿Será posible
que no sientan los hombres el alma que me han dado?
¿Que no la reconozcan junto a ella,
que no vuelvan el rostro si los llama,
y siendo cosa suya les sea cosa ajena?

       

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