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Cuatro cirios - Poemas de Marcelo Baray Tarango


 
 
Cuatro cirios
Poema publicado el 10 de Febrero de 2020

Mi padre, el señor de las gafas,
el amo de los regaños...
el guía, el amigo...

Hace ya tres años desde aquel suceso,
pero a mí me sigue pareciendo que fue ayer.
La noticia fue como un mazazo
deshaciendo mi consciencia;
El suceso puso hielo en mi pecho
y un caudal de remordimientos estrujó mi alma;
era como caer en un pozo negro sin fondo:
                                                          una tortura...

Apenas llegaba del trabajo...
-¡A hacer la tarea!- gritaba.
y yo hacía entonces el berrinche más grande del día;
era un actor consumado:
me tiraba al suelo, pataleaba
y derramada lágrimas de coraje.
Amaba demasiado
las cosas banales: la televisión, los videojuegos...
Entonces él me miraba en silencio.
Yo arreciaba en mi llanto creyendo
que lo estaba venciendo.
Mi padre se quitaba el cinto,
lo levantaba al cielo
con decisión y ¡zas! lo estrellaba en mi cuerpo.
Yo me sorbía mis lágrimas
y lo veía como se mira a un verdugo.
Él, mi viejo, se sentaba entonces conmigo,
y me reñía suavemente, como sólo se hace con un amigo.
       “No quiero que seas como yo;
trabajo mucho y me pagan poco;
me humillan y tengo que soportarlo.
Tu madre y yo te queremos. Estudia.
Sé gente de bien, de provecho...”
                                ...Y así seguía.

Mi desquiciamiento, mi inconsciencia,
mis valores torcidos no captaron jamás el mensaje.
Mis libros sufrían, sufría mi cuaderno.
"¡Ahora verá ese señor!", pensaba.
Eran mis notas una masa negra sin formas;
un galimatías sobre el blanco papel.
Las piezas de mis cuadernos parecían basura
arrebatadas por vientos huracanados.
Rayaba, destruía, arrancaba sus hojas.
Así me vengaba de la presión de mi padre.

Siempre obtuve buenas calificaciones,
pero mi flojera era mucha.
Sin apenas notarlo, la escuela se iba alejando,
los buenos valores me iban abandonando.
Un día no resistí más, y con gritos le dije a mi padre:
“¡Ya basta! Me tienes cansado.
¡Estoy harto de ti!
¡Me molestan tus sermones! Eres un...”
Y él, mirándome a los ojos,
por encima de sus anteojos,
con calma que me enfrió el alma me dijo:
“Hijo, lo que hago
es porque quiero tu bien,
así que... sólo cuando yo muera
podrás librarte de mí”.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
A pesar de eso, callé.
Sin embargo, la corta visión
que tenía de las cosas
borró la impresión de esa frase.

El tiempo pasó.
Recuerdo aquel día como si hubiese sido una pesadilla,
como un sueño terrible arañándome el pecho:

“Llegué de la escuela.
La casa en silencio.
Como siempre, aventé mi mochila.
Iba a encender el televisor cuando algo helado
entró por mis ojos y llegó hasta mi pecho,
detuvo mi gesto y me puso a temblar: ¡sus gafas!...
ahí estaban sus gafas, ensangrentadas y rotas
                                                      sobre el televisor.
Mil pensamientos cruzaron mi mente.
¿Cuánto tiempo esperé? No lo sé.
Un nudo en la garganta permaneció
como cruel compañero.
Por fin, la puerta se abrió
y entró mi madre corriendo.
No hubo necesidad de palabras.
¡Sus calientes lágrimas bañando mi rostro de niño
son un recuerdo que quema!

Luego entraron, circunspectos y serios,
cuatro señores vestidos de negro.
Pusieron los cirios ante mi vista espantada de niño. Después... la muerte perversa, la muerte brutal,
puso a mi padre ante mí, en un ataúd de madera.
Imaginé mil cosas: que no estaba muerto,
que tal vez dormía.
Quise abrazarlo, despertarlo...
pero mis lágrimas sólo bañaron el frío del cristal.
De nada sirvieron mis gritos.
¡Un ataúd de madera!

Nadie me quiso contar cómo pasó.
Nadie me dijo cómo fue
que la muerte se lo llevó.
No era necesario; lo imaginé de mil maneras
tirado en un charco de sangre,
con sus ojos limpios mirando a la nada...”

¡Padre, regresa y repréndeme!
¡Déjame oír tu risa, tu fuerte voz;
la alegría de tu risa, tu firmeza de espíritu;
tus sermones, tus recomendaciones... !
Padre, ven, mira colgado en mi cuarto mi certificado.
Fui el primero de la clase... ¿Por qué no puedes mirarlo? Ganaste ¿sabes? Tenías razón.
Pero en mi graduación de la Secundaria
tú... ya no estarás.

Cuatro diplomas descansan rodeando tus gafas
                                      ...¡y habrá más!
Tu muerte dio fruto.

En mi triste recuerdo aparecen:
Cuatro diplomas, cuatro cirios...
tus gafas, tus espejuelos...
                                y tu triste ataúd de madera.

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