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La escuela autoritaria y cómo nació un repetable género de literatura - Poemas de GERARDO DENIZ


 
 
La escuela autoritaria y cómo nació un repetable género de literatura
Poema publicado el 02 de Octubre de 2001

               

Duras son las bancas, y el profesor tampoco tan lúcido.
Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea
          tradiciones, héroes, anatomías
para salir del paso. Y si se murmura en los corredores --
              lo he oído --
que su papel es difícil, pues que se hubiera dedicado a
              otra cosa,
corsario turco, por ejemplo, pintor de santos de alcoba
              adulterina. No es disculpa.
Quedan los flancos del aula embadurnados (y a la salida los
              retratos de Rúnika en su horizonte de estaciones)
de rastros relucientes y ese platino es baba que derrochó el
              cornudo mentor
en su tentar incompetente de molusco. Alza en alto la pata,
              hermano conejo
(si de ti no se tratase, proteína de la niñez, preferiría
              callar);
no te agarren desprevenido. Que tengan la culpa, dado el caso:
"Son más largas mis orejas; mi desempeño exhala, por donde
              oler se quiera,
un pronunciado tufo vegetariano." Y sin embargo no se
              te aprecia
y el maestro se permite llegar trayendo al hombro una
              carabina
como si no viniese a impartir instrucción humanística
sino de caza o francotiro. Compartes el pavor, hermana
              marta,
animalesa de homogéneo traje sastre, suave al grado de que
              sirve para hacer suavísimos pinceles,
y eres el ser más fusilado en las florestas de Eurasia; te
              sientes aludida, con razón,
y maullando la sobada excusa de salir un momento a soplar
              el sacapuntas,
huyes y esperas nerviosa bajo los indalecios del patio
que, conclusa la clase, algún compañero enamorado te
              preste sus cuadernos
de ortografía insegura. (Mas con el amor no se juega; ojo.)
También tú, hermano dromedario, padeces con este
              profesor pelotudo,
sin darte tiempo a que le saques el aire a tu gaita
por un agujerito melodioso, lo cual requiere concentración
              y espacio.
De ahí que los discípulos se sublevaran todos. (Hay quien
              ejerce cuarenta y tantos años prosa o verso
sin emplear ni una vez el verbo sublevarse. Quien
              lea, entenderá.)



Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras

       

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