La mujer de mi vida - Poemas de Alfonso Fajardo
La mujer de mi vida
Poema publicado el 17 de Septiembre de 2000
Me ha convencido, me lo ha demostrado
su fría manera de presentarse, su forma
de hacerse sentir me ha convencido,
me ha vencido.
Entierro esta forma payasa de vida,
esta piel de escamas que saco a pasear por los días
y la multinacional costumbre de perderme en sus laberintos.
Voy en un bus que sabe de mis ceros,
la muchacha risueña que va a mi lado lo intuye,
nerviosa trata de reconfortarme, pero yo,
en la medida de lo posible, la evito como flor salvaje que rascara mis cicatrices.
Ella es la costumbre, la mujer de mi vida,
la que me espera en casa, la única voluntaria
de serme fiel en la podredumbre de mis pasos.
Uno espera el alba, los pájaros del sueño;
y he allí el error, la ingenuidad: sólo el mal
se obtiene, el excremento se patea, a cántaros
baña su agua negra que es abundante y el hígado atiborra.
Pero ella insiste, por más que intento
la separación ella me persigue como sombra a su dueño,
a veces logro evadirla con la ayuda de otro cuerpo,
de otros labios; pero en la noche, cuando arribo a mi oscura habitación,
ella está allí esperándome
en la cama, esperando
ser penetrada.
¿Qué puedo hacer sino amar su vehemencia,
lamer sus pechos,
quererla?
El bus semi lleno bufa cavilaciones y mi destino está cercano.
La muchacha risueña que va a mi lado me ha convencido,
me ha vencido, y yo la abrazo con toda la alegría
de una calle sin salida. Anuncio mi parada
y el bus se detiene en medio de la ciudad, en medio de la nada.
Yo me bajo y tras de mí viene ella, ella
que es la costumbre, la mujer de mi vida,
mi gran compañera, la soledad.
Poema publicado el 17 de Septiembre de 2000
Me ha convencido, me lo ha demostrado
su fría manera de presentarse, su forma
de hacerse sentir me ha convencido,
me ha vencido.
Entierro esta forma payasa de vida,
esta piel de escamas que saco a pasear por los días
y la multinacional costumbre de perderme en sus laberintos.
Voy en un bus que sabe de mis ceros,
la muchacha risueña que va a mi lado lo intuye,
nerviosa trata de reconfortarme, pero yo,
en la medida de lo posible, la evito como flor salvaje que rascara mis cicatrices.
Ella es la costumbre, la mujer de mi vida,
la que me espera en casa, la única voluntaria
de serme fiel en la podredumbre de mis pasos.
Uno espera el alba, los pájaros del sueño;
y he allí el error, la ingenuidad: sólo el mal
se obtiene, el excremento se patea, a cántaros
baña su agua negra que es abundante y el hígado atiborra.
Pero ella insiste, por más que intento
la separación ella me persigue como sombra a su dueño,
a veces logro evadirla con la ayuda de otro cuerpo,
de otros labios; pero en la noche, cuando arribo a mi oscura habitación,
ella está allí esperándome
en la cama, esperando
ser penetrada.
¿Qué puedo hacer sino amar su vehemencia,
lamer sus pechos,
quererla?
El bus semi lleno bufa cavilaciones y mi destino está cercano.
La muchacha risueña que va a mi lado me ha convencido,
me ha vencido, y yo la abrazo con toda la alegría
de una calle sin salida. Anuncio mi parada
y el bus se detiene en medio de la ciudad, en medio de la nada.
Yo me bajo y tras de mí viene ella, ella
que es la costumbre, la mujer de mi vida,
mi gran compañera, la soledad.
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